La educación es un negocio peculiar. El mismo
día que leo en la prensa que la Generalitat nos guinda la extra a los
funcionarios para paliar su déficit (el posesivo lleva toda la mala intención),
en la puerta de mi instituto luce una pancarta tope chula que anuncia que el
sábado siguiente se abren las puertas del centro a las familias que tienen que
matricular gaznápiros (clientes) el año que viene.
El material humano (profes) anda con la moral
por los suelos porque a partir de ya tendrá que comprar jamón del malo, ir
menos al cine y al teatro, leer menos libros, privarse de vacaciones y zurcir
calcetines y bragas usadas. Lo más luctuoso del enésimo tijeretazo es que en tiempo
soleado de vacaciones (sí, sí, esos dos meses que levantaban ampollas en la
envidia de la población) consumirán menos cervecitas en los chiringuitos de
playa (¿baja el consumo? ¿cómo puede ser eso?). En fin, lo que se ha llamado
con humor incalculable, vivir por encima de sus posibilidades. Después de
estudiar una carrera cinco años y de pasar unas oposiciones con 85 temas del
ala, no es de recibo que estos funcionarios haraganes tengan semejantes
prebendas, son conocidas las cuentas en Suiza de la mayoría de profes de
secundaria.
La temperatura de mi instituto ha descendido
desde hace un año de forma escalofriante (adjetivo realista). Ya se sabe que la
letra con frío entra. Las fotocopias son restringidas con aparatos con códigos
personales para delatar a los que amplían horizontes. Las líneas telefónicas blindadas
con candado (Rosell ya nos acusó de gastar mucho teléfono, no dijo nada de timar
a Hacienda o la seguridad social como su lugarteniente). Los materiales de
ampliación un lujo en extinción. Las becas se suprimen y los ordenadores
estropeados no se reparan. ¡Hay crisis! La varita mágica que consuela todas las
demandas. Y suma y sigue. Los sustitutos aparecen después de diez días de que
el titular cayera en acto de servicio pero cobrando el 86% de su sueldo. Y
luego los politiquillos que manejan números como sandías se jactan de haber
controlado el déficit con su pericia. Eh, lectores, agucen su capacidad de
creerse mentiras…. ¡Duros a cuatro pesetas! ¡Damos el servicio con la misma
calidad (huevo de pato) por la mitad de pasta! Moraleja, lo anterior era un derroche
innecesario.
La ceremonia del día de puertas abiertas es un copia copiae de las escuelas concertadas
que tienen que sacarles los cuartos a sus potenciales clientes distanciándose
de las zarapastrosa escuela pública que recoge toda la purria (inmigrantes,
gamberros, malos estudiantes y otras almas necesitadas de cariño). ¿Y por qué
lo hacen? Siempre hay un por qué.
El payaso llora entre bambalinas pero cuando lo
enfoca el haz de luz saca su cara bondadosa, sus zapatos destartalados y sus
atolondrados movimientos arrancan las sonrisas de unos espectadores que no se
acaban de creer que pueda existir un ser tan estrafalario. La desastrosa realidad puede ser cómica.
El sábado que viene los
padres verán un centro reluciente, les explicarán mentiras piadosas y
eufemismos socorridos, los pasillos estarán adornados de murales superguais, un
powerpoint (dichoso invento) proyectado en una sala de actos caliente (me cago
en todo) les venderá un producto que no existe. Cuando lleguen a sus casas
pensarán que tampoco estamos tan mal. Misión cumplida del márketing de
pacotilla de los interesados en cobrar un poquito más a final de mes que los
odiosos críticos con el perverso sistema.
Solo se me ocurre un final para este escrito.
En inglés que mola más. The show must go on!!!
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