Permitidme una brizna de nostalgia. Unas líneas
para honrar a los que lucharon por la democracia en los tiempos oscuros de la
dictadura. En paz descansen y suplico que no se les ocurra levantarse de sus
tumbas porque se avergonzarían de nuestras pantomimas. Recuerdo nítidamente la primera vez que emití
un voto en unas elecciones. Estaba realmente nervioso y a la vez ufano de
cumplir con un derecho cívico. Con esos dieciocho años tan lejanos, un servidor
se creyó que participaba de algo realmente importante con el mero hecho de
introducir una papeleta en la urna. La vida me ha enseñado muchas cosas, la
última y nada edificante, que la democracia está muy enferma y que el espíritu
democrático desciende por una pendiente peligrosa.
En un centro educativo, el gran día de la
democracia (muletilla periodística) es la jornada en que se producen las
elecciones al consejo escolar. Como afirma la propia administración, un órgano
en el que se debaten y se aprueban cuestiones tan trascendentes como el
proyecto educativo, las normas de organización o el presupuesto del centro. En
él están representados el profesorado, el personal administrativo y de
servicios, los padres y los alumnos. La fachada es estupenda, la trastienda una
burda patraña.
Qué sucede si el director de un centro pasea la
urna en un carrito de Caprabo de clase en clase con el prosaico objetivo de que
no haya follón. Qué sucede si se les reparten las papeletas en medio de mi
clase de sociales y se les invita a votar a los alumnos en riguroso orden de
lista para que sea todo más llevadero sin siquiera cuestionarse la posibilidad
de la abstención. Qué consecuencias genera que los alumnos elegidos no tengan ni
puta idea de cuál es su cometido en el citado consejo. Qué trascendencia tiene
que la participación del sector de padres no supere el 1% del censo y que una
silla en el decisivo consejo se consiga con diez o doce votos conseguidos a
base de picar piedra (llamadas telefónicas de los miembros del AMPA). Qué dice
de la libertad el hecho de que los profesores estén obligados a votar en un
claustro extraordinario y no puedan abstenerse (o sea, protestar por el paripé)
por culpa de lo que ordenan las democráticas leyes de la función pública
respecto a los órganos colegiados.
Ya entiendo la terquedad de los gavioteros (PP)
por suprimir la asignatura Educación para la Ciudadanía. Con una realidad tan
demoledora para qué hablarles de democracia a los gaznápiros de la play station.
Que sigan en sus mundos virtuales y que siga la decadencia.
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