Seguramente debería sentirme ufano de tener en
mi clase al próximo presidente del gobierno. A veces los profesores nos tomamos
las bravuconadas de los alumnos muy a la ligera. Supongo que los profes de
Sociales de Rajoy o de Zapatero también los miraron de soslayo cuando les confesaron
la meta de sus anhelos.
Estimado lector, libera tu mente de prejuicios
y analiza el curriculum de Javi (quédate con su nombre) con miras abiertas.
No es ningún inconveniente que el futuro presidente sea repetidor de Primero de
Bachillerato ni que haya suspendido en la primera evaluación siete asignaturas.
Siempre podrá someterse a una mano de chapa y pintura de curriculum académico
con reputados estilistas como los que le sirvieron en bandeja de plata la tesis
doctoral a Anette Schavan (dimisionaria ministra alemana de educación). No
tiene ni zorra idea de inglés, igualito que los dos últimos presidentes del gobierno.
Pero Javier posee dos cualidades imprescindibles
para cualquier líder político: miente con una habilidad pasmosa y consigue
aquello que se propone. Después del varapalo de la primera evaluación (siete
calabazas) se presentó con el disfraz de carnero degollado (el mismo que
utilizan los políticos cuando anuncian recortes en sanidad o educación o
subidas de impuestos) a una surrealista escena familiar. La penita, las ganas
de sus padres de creérselo y el miedo a una depresión (sí, sí, también lo dejó
caer Javi en un momento del encuentro) revirtió la espiral negativa, en lugar servirlo con patatas en la cena de Navidad, consiguió que le regalasen un
móvil nuevo porque el anterior lo había fastidiado en una juerga. Convenció a sus padres (ya quisiera tener Mariano
a Javi como asesor para darle carpetazo al tema Bárcenas) de que un estímulo
(Iphone) ayudaría a despertar sus ganas de comerse los libros. Les prometió el oro y el moro (un
programa electoral en toda regla) para en la segunda evaluación seguir igual de
tarambana (¿cómo va España después de tanta reforma laboral y de tanto recorte).
Javi (ya lo veo en el balcón de Génova o de
Ferraz, tanto da) me ha anunciado su
nueva estrategia para salvar el enojo de sus accionistas (padres) el día que
les enseñe la cosecha de calabazas. Con una resignación postiza pronunciará una
frase que abrirá en canal el corazón de sus progenitores. Quiero dejar los
estudios. Los padres, culpabilizados por el fracaso del que creían una
lumbrera, se resistirán a borrarlo del instituto y seguirán dándole crédito. Javi
quiere un tatuaje en la pierna, ha pensado en dos flores (su madre y
su hermana). No me digan que su marketing sentimental es moco de pavo, la niña
de Rajoy queda a la altura del betún.
Estimado lector, ríase y vuélvase a reír, pero
Javi es uno de los flamantes representantes de los alumnos en el consejo
escolar, con más de 250 votos (mayoría requeteabsoluta) y sin haber hecho mas
campaña electoral que presumir de ser el más crápula del instituto y de que
legalizará la marihuana en el patio (olé la demagogia barata). Sin estudiar ni
una asignatura de ciencias políticas el gachón ya conoce uno de los pilares de
la política española: el desprecio por los votantes. Recuerden que mientras
España estaba debatiéndose entre rescate sí o rescate no el pasado verano, nuestro presidente estaba en la final de la Eurocopa fumándose un caliqueño. Javi
no se presentó a la primera reunión del consejo escolar porque estaba
preparando el carnaval.
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