divendres, 13 de març del 2015

DROGA PARA FUTUROS CIUDADANOS RESPONSABLES



Tres horas de concentración absoluta. ¡Profe, yo nunca había estado tres horas en silencio! Droga dura suministrada con el látigo de una exposición vertiginosa. Moncho Varela, periodista y activista, naturalista y fotógrafo, pasó como un vendaval por las retinas incrédulas y los oídos absortos de sesenta futuros ciudadanos que conocieron de primera mano qué era eso de la megaminería.
La casualidad quiso que uno de los letales proyectos eligiera su pueblo. Unos buscadores de oro desalmados y rompeecosistemas pretendían cargarse los parajes en los que creció a cambio de una ridícula oferta de empleo (igual que Eurovegas y otros proyectos de usura laboral en tiempos de crisis). Desmantelar las actividades que dan vida a más de 3000 personas y hacer añicos un paisaje idílico a cambio de unos lingotes que irán a las cámaras acorazadas de un banco blanqueador de dinero para fomentar la especulación que alimente al ogro capitalista. Ruinoso negocio mientras los políticos miran para otro lado (qué casualidad). Por primera vez en Galicia la gente se lanzó a la calle a parar el desastre en lugar de recoger el chapapote después del naufragio.


Sacar 34 toneladas de oro a cambio de dejar 2800 de ácido clorhídrico, 4300 de cianuro, 6400 de sosa cáustica, 17 millones de residuos y 122 millones de escombros. Hipotecar el futuro y destruir el pasado. ¿Estamos locos? Era la pregunta con la que rociaba Varela a todo el auditorio cariacontecido. ¿Sabíais algo de esto? Nada de nada. ¿Y lo que pasa en Catalunya? ¿Iberpotash? Nada de nada de nada. ¿Baja California? ¿Argentina? ¿África?
Nadie sabe nada, por eso, los buitres de la minería a cielo abierto (con el sistema arrasador de lixiviación) se mueven con una impunidad y una facilidad que espeluzna. Lo primero es tener la información (Moncho Varela la tiene toda), luego activarse (con droga dura del gallego que inhibe las fuentes alienadoras) y salir de la zona de confort para reclamar a los que legislan que se frene esta voracidad tan destructiva (sí, se puede, ejemplos en Corcoesto y en Sallent). Y luego, un ciudadano responsable debiera dejar de comprar objetos que lleven un oro que cuesta millones de vidas y que destruye el planeta donde debe vivir.
Nos queda trecho, pero ayer en mi instituto los alumnos quedaron convenientemente drogados para que no puedan refugiarse en la cómoda inconsciencia. ¿Y usted? ¿Y sus hijos? ¿Y sus alumnos? ¿Y sus vecinos?  Vean que vienen nuevas bandadas de buitres...


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