La tiranía de los mensajitos de móvil trajo del
brazo el menosprecio por la ortografía. Amparándose en lo reducido de la
pantalla los frescales de turno decidieron que todo el monte era orégano. En el
fondo fue un golpe de estado contra lo que marcaba la RAE porque simbologías nuevas y
palabras jibarizadas se imponían a velocidad del relámpago a las tildes y las denostadas haches. Como una mancha de
aceite se fue desparramando una anarquía ortográfica que
reforzaba el desgobierno intelectual en creciente desarrollo. Las nuevas generaciones digitales acogieron con regocijo el motín y se apuntaron a quemar las normas con tal de
no pegar ni golpe. La parte negativa del desenfreno fue que muchas veces era
imposible comprender lo que te quería decir tu interlocutor, entonces y solo
entonces, se aplicaba un poco de corrección. O sea, por el interés te quiero Andrés.
Desde los Estados Unidos de América ha venido una
curiosa reivindicación de la b y la v. El caso del millonario Robert Durst nos
ha demostrado que para ser un buen asesino es necesario tener las normas ortográficas
claras. Parece ser que se cargó a su mujer (todavía no ha aparecido el cadáver)
hace treinta años y también a una escritora amiga que hace quince iba a ofrecer
pistas a las autoridades de la extraña desaparición. En el 2003 también se volatilizó un vecino que pudiera fisgonear demasiado. Por mucho que le habían apretado las tuercas los del FBI (y miren que estos tienen buenas llaves inglesas) no habían conseguido que Roberto cantara como un colibrí o fuera cogido en un renuncio. Pues miren ustedes
lo que son las cosas, lo que no pudo la sagacidad policial lo consiguió la denostada ortografía.
Durst se prestó a rodar un documental con su
versión de los hechos. Los guionistas le sacaron a relucir unas notas anónimas que llegaron a la policía dando pistas sobre la muerte de la amiga de su mujer. Una falta, ¡una puñetera
falta!, hizo que el presunto asesino perdiera los nervios y sin reparar que
todavía tenía el micro colgando se fuera al lavabo y confesase que se los había
cargado a todos. Una b le delató, era un indiscutible símbolo de identidad. Reiteraba con descaro Beberly Hills en lugar de Beverly Hills. Es comoo si un sacamantecas patrio mandase notitas anónimas a la guardia civil afirmando
que el asesino era un islamista para concluir con un socorrido Vurro el que no se lo crea y años después se
descubriese una misiva erótica dirigida a la desparecida suspirando Me pones muy
vurro.
Aprovechando la resurrección mediática de
Cervantes y el caso Durst pudiéramos estar asistiendo a un renacimiento de la ortografía. Como reza la foto, que le devuelvan los papeles para que pueda de nuevo estructurar los discursos y fomentar el rigor, bienes escasos en este mundo tan globalizado como caótico.
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