La palabra ha salido esta noche de mis mazmorras
con rumbo al mundo. Después de años y años purgando el delito de osadía, ayer
fue liberada por la noche. El decreto de amnistía fue leído por la
poeta y filósofa Chantal Maillard en el auditorio del CCCB. No busquen la
resolución por la triste nomenclatura jurídica, los poetas son así de raros, dictó sentencia absolutoria con una pregunta: ¿Qué es real?
(podrán consultar el video en breve).
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DAVID DELRUELLE |
Fueron muchos los que persiguieron mi vocablo (y mis actitudes)
hasta cazarlo. Azuzaron el fuego para llevar mi miedo al hoyo de la docilidad. Me
tildaron de picajoso, capcioso, malpensado, conflictivo, buscador de los tres
pies del gato, desconfiado, incluso yo me autocalifiqué como ácido tal vez para esquivar descalificaciones ajenas. La cacería pretendía etiquetar (y
disuadir) a quien no se conforma con la primera capa de realidad que recibe.
Maillard lo tenía claro, la manada se defiende del que salta la valla y pone en
cuestión las seguridades colectivas. Un susceptible genera inquietud a su alrededor, en
qué piensa, qué trama, qué sabe que no sabemos los demás, qué lenguaje baraja
para desencriptar la realidad monocorde.
El poder genera potentes representaciones de la realidad (la filósofa se refirió abundantemente al papel del cine) que buscan modelar sentimientos comunes que ahondan en el apaciguamiento generalizado. “El ser humano inquieto no produce”. El espectador toma la distancia suficiente para no verse salpicado con sufrimientos cotidianos (los que han perdido un familiar en el vuelo siniestrado no querran ver Relatos Salvajes) pero reaccionan si se destapan las esencias de otros sentimientos colindantes que conminan a la empatía. Todo lo que está demasiado cerca o demasiado lejos se rechaza. Verlo en una pantalla o en directo no cambia el concepto teatral de la realidad, somos espectadores que miramos. ¿Cómo darnos cuenta de la manipulación si estamos inmersos en el instinto que nos produce un morboso placer?
El poder genera potentes representaciones de la realidad (la filósofa se refirió abundantemente al papel del cine) que buscan modelar sentimientos comunes que ahondan en el apaciguamiento generalizado. “El ser humano inquieto no produce”. El espectador toma la distancia suficiente para no verse salpicado con sufrimientos cotidianos (los que han perdido un familiar en el vuelo siniestrado no querran ver Relatos Salvajes) pero reaccionan si se destapan las esencias de otros sentimientos colindantes que conminan a la empatía. Todo lo que está demasiado cerca o demasiado lejos se rechaza. Verlo en una pantalla o en directo no cambia el concepto teatral de la realidad, somos espectadores que miramos. ¿Cómo darnos cuenta de la manipulación si estamos inmersos en el instinto que nos produce un morboso placer?
Se necesita de
la inteligencia (desprendiéndose del pegajoso y fructífero sentimiento) para
que active la susceptibilidad. El poder prefiere derramar toneladas de
sentimentalidad sobre las mentes frágiles de los recién llegados al negocio
(adolescentes). Los chavales no dudan del fútbol o del culto al cuerpo que insufla la publicidad, corre
por sus venas con la electricidad de la normas de la manada, a veces, se produce un minúsculo apagón que les permite intuir lo que sucede en las cloacas pero no son capaces de traducirlo o de combatirlo cuando vuelve la luz. Demasiado ingenuos (inteligencia frágil e insuficiente) por no
vividos. Los poderosos les bombardean a informaciones y a vivencias (que no es igual que experiencias, potente veneno por singular y por ende altamente educativo).
Les advierto que la sentencia de la Maillard puede sentar
jurisprudencia. Quien avisa no es susceptible.
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