Nací hombre. Me crié hombre. Actué en mis primeros
años de vida como se esperaba del hombre que era. Machote, ese vocablo inocente que resume lo hombre que uno tiene que ser cuando todavía no lo es. Unos
curas rancios no me dejaron compartir clase con las niñas. Malo, las mitifiqué, las
cosifiqué, las miré desde el instinto y desde una curiosidad rara. Jugué al fútbol, cómo iba a ser de otra manera. Los chavales consumimos
pornografía a escondidas (qué asco decían ellas, algunas), nos derretíamos con cuerpos femeninos perfectos que construyeron nuestra idea masculina del sexo. Fui engullendo prejuicios sin percatarme, los
recogía en todas partes, en la televisión, en los amigos, en una sociedad que respira patriarcado.
Estudié la Historia de los hombres, escrita por hombres, pensada por hombres,
donde los protagonistas eran hombres prominentes. Y tampoco reparé demasiado en
ellas, la mitad de la humanidad muda, ya se sabe, las mujeres relegadas a la nada, un desequilibrio
que cruza toda la Historia sin dejar huella. De vez en cuando aparecía como un
hongo extraño alguna mujer (a partir del siglo XIX especialmente) reivindicando el cerebro femenino, existía envuelto de una marabunta de hombres distinguidos o de
hombres poderosos. Suerte que nunca me
dejé seducir por teorías biológicas que me hacía superior por haber nacido
hombre, un pecado que me ahorré. He comprobado la violencia de los hombres
sobre cristales que yo también he pisado, he descubierto las armas que mi género ha diseñado para mantener su hegemonía: el matrimonio y su rentable sumisión, la maternidad y su asociada abnegación. He visto cuervos que han sacado ojos a las madres que los amamantaron, ahora ministros del patriarcado mutante. He padecido a mujeres que trabajan para el hombre con más ahínco
que los propios machos, que se benefician de sus vendas en los ojos o de unas
prebendas boomerang.
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XUE JIYE |
Es muy difícil comprometerme con la liberación de
las mujeres desde los genes de hombre, es necesario una desnaturalización que castigue
cada salida de tono de ese que vive bajo mi piel y que me pide un
corporativismo absurdo. La historia del patriarcado es tan potente y tan
aplastante que se filtra por las tapias de la cordura. Tengo que parapetarme para dominar la costumbre. Necesito tomar mi
dosis diaria para escapar del manicomio que dominan hombres que saben moverse en escenarios políticamente correctos. Detectar cada
agresión embadurnada de irrelevancia o de chiste sin importancia. Hay que
liquidar al enemigo desde dentro, desde el tuétano. No solo cuestión de
incrementar presupuestos de ministerios poco útiles o dictar leyes de quita y
pon, es cuestión de ir hacia adentro y aniquilar las secuelas de la soledad
masculina, neutralizar la falocracia, ridiculizar
a los que postergan a las mujeres a probeta reproductora. No hay
manada, no hay género, hay personas humanas, como tú y como yo. Cuanto más me
desnaturalizo más orgulloso me siento de ser hombre.
Cuando
miramos sólo con un ojo, nuestro campo de visión es limitado y carece de
profundidad. Si miramos luego con el otro, nuestro campo visual se amplía pero
todavía le falta profundidad. Sólo cuando abrimos ambos ojos a la vez logramos
tener todo el campo de visión y percepción exacta de la profundidad.
Joan
Kelly.
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