La expresión es propiedad de Walter Benjamin. Juan
Mayorga, filósofo y dramaturgo, que elaboró una tesis sobre él, desgrana en un
texto sagrado (su entrevista en JotDown es para enmarcar), las consecuencias letales
de esa arma de destrucción masiva que ha lanzado el poder por tierra (financiero),
mar (político) y aire (religioso). Hay que huir de un pesimismo que aboca al fatalismo y a la inacción que se lo pone
a huevo a los que mueven los títeres. Hay
que construir un pequeño espacio en el que se hable de cosas de las que no se
hable en otros lugares. Voz ácida va por ahí. Es cuestión de fabricar un
oasis que escape del estándar de una sociedad diseñada para obedecer de pura
desesperación. Qué hacer con un gigante al que nuestras piedras no le hacen ni
cosquillas. Nada NO. Hay que organizarse por dentro y por fuera.
Juan Mayorga propone la mentira compartida que es
el teatro como medio para fomentar la catarsis. Cita a Borges: El teatro es el arte en el que un hombre
finge lo que no es y otro hombre finge que se lo cree. Cuál es el objetivo
de esa mentira: la inseguridad que produce insomnio. Mayorga vuelve a beber en Benjamin. ¿Pero de verdad alguien puede dormir
tranquilo? El arte nos puede evadir del sesgo cognitivo de la seguridad y del control sobre la vida. Es de orígen retroburgués y adormece a las sociedades creídas de un bienestar material que esconden las macrocifras. Mayorga apuesta en sus obras por un arte duro, difícil, conflictivo. El conflicto más importante que
ofrece el teatro no es aquel que se presenta en escena, sino el que se da entre
el escenario y el patio de butacas.
No es cuestión de subir al escenario una
fotografía de la realidad para provocar la sonrisa complaciente del que se cree
ajeno a lo que sucede, incluso si me apuran, superior. Mayorga se apoya en
Strindberg para dibujar el papel del creador casi como si se tratase de un
torero. Por un lado el artista se expone
desnudo ante los demás, los demás conocen sus sueños y sus pesadillas, por
otro, el artista expone a los demás, los mira y ha de atreverse a decir lo que
piensa de ellos. Imaginen unos
focos retráctiles que oscilaran alternativamente del escenario al patio de
butacas, que pusieran de manifiesto el grado de incomodidad que la mentira
convenida borgiana representada por los actores produce en el rostro del
espectador. El precio de la entrada es la recompensa por el grado de inquietud
generado. Del verdadero arte no
deberíamos salir más seguros, no deberíamos salir confirmados; el verdadero
arte debería crearnos problemas. Para qué, para organizar ese pesimismo que
nos produce lo que vemos a nuestro alrededor y que se ha desparramado
metafóricamente desde el escenario a la oscurecida platea. Ahuyentar el
conformismo pesimista para abrir vías de respiración.
El
teatro es imaginación y el teatro es también reunión. El filósofo escondido bajo el dramaturgo
encuentra encargo para el teatro. Dice que la imaginación está colonizada por
los cacharros digitales (refiriéndose al móvil) que nos trasladan imágenes pasteurizadas. El
individualismo imperante (necesario para ejercer control) promueve la
dispersión. En esta reunión (hace la fuerza) se promueve respuestas ajenas
al régimen de mediocridad imperante. Respuestas que huyen del simplismo unidireccional que propone la publicidad o la política, más allá de lo bueno o lo mal, más cercana a la fragilidad humana que expone Mayorgas en sus obras.
Por último destaca la versión educativa del teatro. ¿Dónde ha quedado en el curriculum? El teatro enseña
responsabilidad; cuando uno está haciendo una obra con otros sabe que en cierto
momento ha de saberse el papel, si no, todo se vendrá abajo. Ofrece además un insondable océano en el que pueden navegar los educandos. Tú podrías ser el otro y tu vida no es un
destino.
Felicidades por el artículo, sólo una salvedad, la comparación del artista creador con el torero. Ya está bien de referencias a la tauromaquia. La tortura NO es cultura.
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