dijous, 20 de novembre del 2014

HACERSE LA OLLA



La expresión es una traducción quinqui/moderna del clásico NO ME CALIENTES LA CABEZA. Y no saben ustedes las ingente multitud de seres humanos que no tienen ninguna intención de que su parte pensante suba de temperatura más de lo que marca el fútbol o la tele. Decía Pérez-Reverte a Iñaki Gabilondo (irresistible entrevista) que el gran problema actual de la humanidad es que hay una mayoría abrumadora que viven como si no existiese la muerte, yo lo entiendo como sinónimo de sin pensar. Es una epidemia peligrosa que genera entes eternos sin más ansia que fabricar presentes. Los autores materiales del top NO ME HAGAS LA OLLA pudieran ser los mismos que apelasen al lema QUÉ NECESIDAD TIENES DE SACAR EL TEMA DE LA MUERTE. Mucha. Necesito calentarme la cabeza y enmarcar la muerte para poder vivir con algunas briznas de coherencia. 

La OLLA solo me la calienta la gente que anda hurgando en la revelación de la que hablaban grandes pensadores como Nietzsche o Zambrano. Ir más allá del decorado tétrico con el que se despierta el mundo cada mañana y rebuscar en las fuerzas telúricas que lo mueven y lo han movido a lo largo de la Historia (revelaciones creativas constantes), no hay que conformarse con caldos prefabricados con análisis manipulados que indican la ÚNICA dirección. Y eso no se conseguirá en la frialdad del cerebro anestesiado y dócil que lleva en piloto de ahorro de energía para no ascender a pisos incómodos que obliguen a cambios profundos y estructurales.

Los que nos COMEMOS LA OLLA necesitamos CHICHA, Maestros/Maestras que nos metan huesos en el caldo para que podamos deshacerlos al calor del funcionamiento de la parte superior de nuestra estructura. Esta mañana me he encontrado con una que me ha dejado temblando, es la dramaturga/actriz Angélica Liddell (que ya les presenté en el post ANGELICALMENTE TRANSGRESORA) que presenta su obra Tandy (inspirada en Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson), primera del ciclo RESURRECCIONES (empiecen con esta palabra como chispa que encienda el fuego sesudo).

Primer hervor:  Empiezas a pensar en la trascendencia, en el valor del espíritu por encima de la decepción de la carne... El mundo espiritual empieza a tener más importancia que el material. Te gustaría creer y deseas cosas que la vida ya no te puede ofrecer.
Segundo hervor: Lo que para mí es el amor, el amor verdadero, el que nace para reivindicar la libertad individual frente a la convención y al orden social, ese amor es tratado como una enfermedad.
Tercer hervor: La búsqueda espiritual de los no creyentes es tan escarpada como la fe, y la fuerza de esa búsqueda nace de la necesidad de Dios, no de la existencia de Dios.
Cuarto hervor: Pienso que la única opción es la anarquía, ese NO ESTADO, como propone Chomsky, donde cada individuo es consciente del bien y del mal por sí mismo sin necesidad de ideología ni de partidos. Pero el alma humana no está a la altura del derecho, y por esta razón la anarquía es una utopía.
Puede que la culpa de todo la tenga mi cómplice que ayer estuvo haciendo caldo y me provocó estos delirios tan útiles.

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