Imaginen que un disciplinado ejército marca el
paso con fuerza mientras desfila confiado en su potencia y en la voz de mando
que ordena con vigor los movimientos y la dirección. Un, dos, un, dos, un, dos.
No hay que pensar, simplemente hay que guardar la distancia con el de delante y
los dos de al lado, levantar el pie cuando toca y zapatear cuando así lo decide
la voz de mando para comprobar que la unidad es perfecta. Un, dos, un, dos, un,
dos. Así ha sido la educación durante mucho tiempo. Curriculums estables,
metodologías tradicionales, marcos perfectamente fijados. Los cambios sociales y la maldita tecnología
ha empezado a distraer el ritmo perfecto del pelotón que empieza a disgregarse
sin remedio.
La introducción de los ordenadores en el aula fue
traumática, profesores idólatras de la tiza y de los apuntes amarillentos
tuvieron que rendirse a las potencialidades de la informática pero no sin
sentirse atosigados por infinidad de peligros que amenazaban la paz de las
clases y el rendimiento de los alumnos (siempre dispuestos a saltarse las
normas para jugar o chatear). En lugar de invertir en responsabilidad (que da
réditos a largo plazo) se prefirió la senda de las prohibiciones. Los profes se
sentían mínimamente seguros porque la llave de la tecnología la conservaban en
sus bolsillos, pero precisamente, en otros bolsillos, los de los alumnos, crecían unos
aparatos que dejaban las prestaciones de los portátiles a la altura del betún. Crecieron
en clandestinidad aplicaciones y velocidad de conexión que dejaban a leguas de distancia los recursos institucionales. El móvil empezó a ser un peligro real para el
pelotón que había mantenido la exclusividad del saber.
Estamos en tránsito y como casi siempre el profe
será el último en enterarse, escucha voces lejanas pero fundamentadas que hablan de levantar el arresto a los móviles y sacarlos de
los bolsillos de los alumnos para convertirlos en armas amigas. Y cuando el río
suena, agua lleva. Empieza a ser un sinsentido ir todos agrupados como
autómatas, se abre un tiempo de definir criterios de forma autónoma, cada
disciplina y cada educador deben decidir cuando pegan el zapatazo, por donde
desfilan y para qué lo hacen.
No descuiden la importancia que tiene el sector de
la telefonía en el contexto económico que alborea en el siglo XXI, en Barcelona
tenemos instalados esta semana cerca de 90.000 soldados que tienen la misión
específica de meternos los nuevos juguetitos por las orejas, sí o sí, la
educación es un mercado apetitoso y no puede seguir en cuarentena. Al profe le
han cambiado las riendas, deja el monopolio de los medios para comprar acciones
en la coordinación de los saberes. Los ideólogos que justifiquen el cambio
están redactando argumentaciones a toda pastilla para que nadie se quede sin
sustento conceptual.
En diez años los niños no irán a clase con esos
carretones de libros con los que ahora se fastidian la espalda sino que
llevarán en su cartuchera un móvil
ultraplano 7G, unas gafas 3D y unos cascos diminutos. Un chip de idiomas
subcutáneo y un programa de reconocimiento de voz, aplicaciones varias
relacionadas con cada asignatura (no descarten que aparezcan nuevas y a poder
ser que se pierda en la noche de los tiempos la maldita religión). A uno le
gusta de vez en cuando emular a Fritz Lang, lo demás, es cosa tan solo cuestión de tiempo.
Pues Si, el mundo evoluciona a ritmos, muchas veces más veloz que nuestras mentes.
ResponEliminaYa no vale el un,dos,un dos... Ahora hay que buscar criterios propios.
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