Había una vez un país lejano (mejor que no se
identifique) en el que vivían millones de listos. Desde que entraron en la
escuela les dijeron que si aprendían y aprendían, obedecían y obedecían,
llegarían muy lejos. Y ellos, alumnos dóciles y aplicados se dedicaron a
empollarse todos los saberes como si fuesen jarabes para ser ricos. Y llegaron
a la universidad, oh prado verde de las esencias de la inteligencia, un año
disfrutando del la verdor de la sapiencia magistral, dos años entregados a la
ciencia y sus familias apoquinando para que el futuro les devolviera los
intereses, tres años de sudor y lágrimas para superar los insuperables exámenes
que les endosaban sus ilustres catedráticos, cuatro años para poder llegar al
Olimpo del mundo laboral y desde allí proyectarse hacia la opulencia. Ay
incautos listos, llegó una crisis horrenda y los dejó sin sueños, nada de lo
que les habían prometido se cumplió y se encontraron rondando la treintena con
la precariedad y el futuro negro. Y se fueron por los platós a llorar, a
visibilizar su pena, a explicar sus penurias de timados con carrera. Lágrimas y
lágrimas, amenazas con irse a otros lugares más halagüeños, lágrimas y más
lágrimas, esperando que alguien les devolviera el sueño en papel de celofán.
En el mismo país nació unos años antes un inculto
labriego. Aquel país era oscuro, lúgubre, preso, analfabeto. El inculto labriego
no se le ocurrió otra cosa que timar al ejército cuando fue a la mili, sisaba
armas que compraba un enemigo oficial a buen precio, cuando lo descubrieron
puso pies en polvorosa. Pero de tan inculto se las ideó para atacar al
reyezuelo de todo el universo conocido, cómo lo haré pensó para sus adentros,
cómo desbancaré su poder soberbio para hacerlo besar el suelo por el que piso.
El inculto se las ideó para engañar al señor del dinero con trampas propias de
los ladrones más sagaces y con el dinero que afanó se dedicó a subvencionar
otros incultos pobres pero valientes y arrojados que quisieran romper la
tiranía de los señores del dólar. No lloró ni una gota. Combatió y ejerció una
inteligencia (de esa que ahora llaman natural) para poner al enemigo contra las
cuerdas.
El domingo en televisión pasaron una breve
síntesis de la fábula (Salvados y El Objetivo).
Moralejas posibles: No por mucho llorar se hace
más pupa al poderoso. Más vale ingenio en mano que teorías volando. Al Dios del
dinero arreando y con el timo dando. Quien bien llora no consigue curro….
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