Lo hice el 19 de marzo con la paternidad y me
parecía imprescindible ocuparme de la maternidad después del vendaval de pastelitos,
ramos de flores y alabanzas observadas durante el día de ayer. En tiempos de
zozobra de la estructura familiar, de reorganización y cuestionamiento, la
figura de la madre no puede quedar intacta (ni quedará). Lo que hay debajo de
una madre es una mujer, puede que haya veces que sea difícil de identificarla, queda sepultada por las obligaciones y los prejuicios, los tópicos y los
intereses perversos que ha sabido vender el patriarcado para que se identifiquen
las dos (mujer y madre) buscando una fijación al rol paralizante y obediente.
En los nuevos tiempos empiezan a escucharse voces disidentes que cuestionan la
línea de acero que lleva a las mujeres a ser madres. Ni son unas egoístas, ni
se pasa ningún arroz, ni hay llamadas extraplanetarias para no dejar
extinguirse la especie. Es una opción y que puede ser vivida de muchas formas,
la uniformidad de pensamiento empieza a resquebrajarse no sin dolor para las
que atentan contra estructuras tan ancestralmente aceptadas.
La familia ha sido la difusora oficial de las
ideas patriarcales, vivero de experiencias desde el segundo uno de las existencia
del recién llegado (niño o niña) que marca y condiciona sus programas
cerebrales para una perpetuación perfecta del dominio masculino. El hombre
produce y la mujer se ocupa del mundo de los sentimientos, de la intendencia y
de la retaguardia (fregar, planchar, cocinar…) Madre no hay más que una
(evidencia trucada de cadenas), si no eres madre no puede entender, madre
incondicional, madre abnegada, madre que da la vida. Las losas se acumulan
sobre los cerebros de las mujeres y en muchos casos levantar el peso es
imposible. Pero insisto, las nuevas realidades familiares condicionadas por la
libertad en la elección de pareja (madres biológicas, madres sin hijos,
madrastras), por la incorporación (todavía deficiente y mal pagada) de la mujer
en el mundo laboral (huida de las madres atadas a la pata del hogar) y por un
individualismo que exige la felicidad aquí y ahora (madres con inquietudes,
madres que no vinculan su felicidad a la crianza) desvinculándose del ideal Sagrada
Familia católico, empiezan a desarticular circuitos y a generar las bases de
una nueva maternidad.
El acto de amor de la maternidad no puede ser
verdadero si se rige inexorablemente por la incondicionalidad (cuidado que
llegan los hijos tiranos), por las obligaciones sociales (madre y padre pueden
intercambiar funciones sin demasiado problema y no hay cajones estanco para
nadie), por las necesidades de recompensas que pueden derivar en
sobreprotección y esclavitud. La maternidad debe ganar en libertad, en
opcionalidad, en diseño personal, en desvinculación con los anuncios ñoños.
En fin, esto solo era un esbozo, una reacción a la
ortodoxia que proviene de otros siglos. Le dedico este escrito a mi madre,
lleva muerta más de veintisiete años, cada vez que me quería me hacía más
débil, cada vez que era más madre era menos mujer. Agradezco sus esfuerzos y su
dedicación, desde la libertad que da su ausencia, porque la gratitud suele ser
silenciosa y para adentro.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada