divendres, 22 de maig del 2015

LA HIEDRA



Todos crecemos como la hiedra, apoyándonos en algo que nos ofrece resistencia. La tiranía quiere que seamos eternamente niños. La autoridad ofrece resistencia pero hace crecer. Si no has tenido resistencia no creces recto, sino reptando.

Se han puesto los filósofos de acuerdo para dar respuestas al desbarajuste adolescentoide que vivimos. Ahora le toca el turno a Fernando Savater. Las metáforas son los clavitos que sirven para guiar el conocimiento de la hiedra.
El sistema educativo está infectado de un paternalismo horripilante. Los chavales, más listos que el hambre, han inventado tecnologías (vocablo deliberado) para esquivar el esfuerzo. Ayer me preguntaba un profe si los alumnos de segundo de Bachillerato que lloraban cuando conocían las calabazas cosechadas en la última evaluación merecían un Oscar a la interpretación. No. No es un fingimiento dramático, es una tecnología aprendida, interiorizada, cada vez que encuentran un obstáculo en su camino disparan con dos armas: o la violencia intimidadora o la pena caritativa. Los mismos alumnos que lloraban como magdalenas luego exigían (vehementemente) ver los exámenes para agarrarse a cualquier clavo ardiendo que justificase un injusticia inhumana. No aceptan el muro y pretenden bordearlo. Hay muros que se dejan esquivar y otros con los que te estampas y te dejan aturdido para siempre. 

Rui Palha

La tecnología utilizada por los adolescentes incide en modificar la actitud de su entorno pero elude los cambios internos del protagonista de los hechos.  Obviamente el éxito de las argucias promueve la repetición ad eternum. En lugar de decorar la pared luciendo espléndida, la hiedra tuerce su crecimiento y se convierte en una planta rastrera que repta, que se esconde del sol, que se alimenta de las malas hierbas. Los réditos inmediatos pueden financiar los primeros grados de la tecnología pero a medida que se amplía el mundo empieza a ahogarse por su ineficacia.
Detrás del paternalismo se esconde una gran comodidad, como apunta Savater, la que provoca la docilidad del infantilismo, mientras ofrecemos caprichos a los niños son guiados por donde queremos. El poder también reafirma su superioridad ante ciudadanos subvencionados que no pueden oponerse por sus propios medios. Los jefes ya saben que es más fácil trepar por una pared desnuda que sortear los nudos con los que la hiedra teje su ascenso. 

Las carantoñas a veces van envenenadas de cárceles y las afiladas exigencias cargadas de autonomía.



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