Todos
crecemos como la hiedra, apoyándonos en algo que nos ofrece resistencia. La
tiranía quiere que seamos eternamente niños. La autoridad ofrece resistencia
pero hace crecer. Si no has tenido resistencia no creces recto, sino reptando.
Se han puesto los filósofos de acuerdo para dar
respuestas al desbarajuste adolescentoide que vivimos. Ahora le toca el turno a
Fernando Savater. Las metáforas son los clavitos que sirven para guiar el
conocimiento de la hiedra.
El sistema educativo está infectado de un
paternalismo horripilante. Los chavales, más listos que el hambre, han
inventado tecnologías (vocablo deliberado) para esquivar el esfuerzo. Ayer me
preguntaba un profe si los alumnos de segundo de Bachillerato que lloraban
cuando conocían las calabazas cosechadas en la última evaluación merecían un
Oscar a la interpretación. No. No es un fingimiento dramático, es una
tecnología aprendida, interiorizada, cada vez que encuentran un obstáculo en su
camino disparan con dos armas: o la violencia intimidadora o la pena
caritativa. Los mismos alumnos que lloraban como magdalenas luego exigían
(vehementemente) ver los exámenes para agarrarse a cualquier clavo ardiendo que
justificase un injusticia inhumana. No aceptan el muro y pretenden bordearlo.
Hay muros que se dejan esquivar y otros con los que te estampas y te dejan
aturdido para siempre.
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Rui Palha |
La tecnología utilizada por los adolescentes
incide en modificar la actitud de su entorno pero elude los cambios internos
del protagonista de los hechos.
Obviamente el éxito de las argucias promueve la repetición ad eternum.
En lugar de decorar la pared luciendo espléndida, la hiedra tuerce su
crecimiento y se convierte en una planta rastrera que repta, que se esconde del
sol, que se alimenta de las malas hierbas. Los réditos inmediatos pueden
financiar los primeros grados de la tecnología pero a medida que se amplía el mundo
empieza a ahogarse por su ineficacia.
Detrás del paternalismo se esconde una gran
comodidad, como apunta Savater, la que provoca la docilidad del infantilismo, mientras
ofrecemos caprichos a los niños son guiados por donde queremos. El poder
también reafirma su superioridad ante ciudadanos subvencionados que no pueden
oponerse por sus propios medios. Los jefes ya saben que es más fácil trepar por
una pared desnuda que sortear los nudos con los que la hiedra teje su ascenso.
Las carantoñas a veces van envenenadas de cárceles
y las afiladas exigencias cargadas de autonomía.
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