Son todos aquellos que me han precedido y que de
forma directa o indirecta han influido en hacerme como soy. Mi respeto hacia
ellos es una manera de luchar contra la impunidad de la muerte. Me niego a que
su ausencia se traduzca en olvido, honrándolos los devuelvo a mí para ofrecer
sentido a lo que hago.
A Abel Martínez no lo conocí. Pero es uno de mis
muertos. Dicen las estadísticas que es el primer profesor que murió en un
instituto. Los números siempre se pueden trucar. Puede ser que fuera el único
que no salió con vida de un recinto escolar pero puedo afirmar que son muchos
los profesores de baja por depresión, con problemas mentales, con problemas de
ansiedad derivados del estrés que se vive en las aulas de secundaria. Diariamente
sufren ultrajes, agresiones, insultos, menosprecio, mueren poco a poco y eso no
lo refleja la estadística, no son dignos de una letra de cualquier titular de
los que acaparó Abel. No he sido preciso a la hora de expresarme. Abel salió
poco en los medios de comunicación, la víctima era el menor. Lo suyo fue una
desgracia.
Siguen las agresiones, siguen alumnos pisando a los profesores, a los
padres, a los contenedores o a los mendigos, a los débiles, es igual, esta sociedad fomenta la inconsciencia, la irresponsabilidad, el capricho y a estas hordas no se les puede contrariar porque te llevan por delante.
Había demasiada prisa
por borrar la sangre de Abel para que nadie señalase a los verdaderos culpables
de su muerte. No fue una sola mano homicida. A Abel lo mataron los dirigentes
sordos de la educación que les importa un bledo lo que sucede en las aulas,
ellos viven en edificios con aire acondicionado diseñando planes para
solucionar la violencia escolar. Lo mataron los compañeros que a diario contemplan cobardemente como pisan a uno de los suyos y miran para otro lado. Directores, inspectores, jefes de zona, minimizan los casos, los esconden debajo
del felpudo aunque huela mal con tal de seguir trepando. Lo mataron también los padres que
no pueden contener a los descerebrados de hijos y que ven más cómodo emprenderla contra los profes. Total, son funcionarios, unos privilegiados, se
creen algo pero en el fondo son unos muertos de hambre que no les suben el
sueldo ni a tiros. Imagínense al pobre Abel, muerto en acto de servicio por
cuatro perras, arrastrado por las carreteras de media Catalunya para hacer
miles de substituciones que se pagan a precio de canguro.
Yo honro a mis muertos, Abel era uno de los míos,
si me dejo pisar, si las cosas siguen después de su muerte como si tal cosa es
lo mismo que escupir en su tumba, conmigo que no cuenten. Ya sé que los
asesinos verdaderos me dirán que no exagere, que fue un accidente, un desgraciado
brote psicótico, un caso aislado. Abel se merece que no me deje engañar. Abel
se merece que luche por un respeto de cristal, para mí y para todos los
profesores.
Una sociedad tan competitiva, en la que se encumbra a los campeones, a los vencedores, ¿no es preciso que genere crueldad, e indiferencia para soportarla? El esfuerzo de los vencedores, ¿no es auto crueldad con ellos mismos y como consecuencia contra todos los demás?
ResponEliminaPero al vivir de esa manera, con ansiedad y estrés por ser el mejor, el vencedor, tolerándole lo que desencadena, sin darnos cuenta estamos dando pie a asesinos. En el cine, en la televisión, en los libros de relatos, matar a alguien porque nos disgusta, no nos cae bien, nos molesta, es algo cotidiano. Porque para conseguir lo que queremos, nuestro objetivo, nos parecen un impedimento que hay que eliminar, matar.
Pero todo es más grave porque lo mejor, lo perfecto, no existe, es una invención nuestra que no se puede conseguir. De manera que la frustración, la depresión, la angustia, el fracaso, nos confunde y nos incita a la crueldad más descarnada.
La frustración está poco trabajada en estos niños. Un saludo, Toni.
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