dijous, 21 de maig del 2015

VOLVER ANTES DE IR



Cuando encuentro oro puro lo comparto con ustedes. La suerte que tienen algunos filósofos es que son capaces de desentrañar lo que para el común de los mortales se ofrece como una maraña irresoluble. Mi profesión es domesticar adolescentes y hace mucho tiempo que compruebo que el género que llega a mis manos ha mutado peligrosamente. Supongo que padres/madres y ciudadanos en general también lo han detectado, pero lo hemos querido todos tapar con justificaciones vagas de luchas intergeneracionales, con brindis a la libertad (a nosotros nos educaron con la rectitud derivada del régimen franquista) o con ataques desmesurados de amor que acaban en un proteccionismo pernicioso. Cada uno ha utilizado la tecnología más conveniente para no ver lo que ve. La cuestión es que el elefante ya no se puede hacer pasar por una hormiga y que las deficiencias del género con el que se construirá el futuro social no aceptar que lo cubramos con una liviana gasa blanca para que huela lo mínimo. Los estruendos de la nueva epidemia larvada están reventando en lugares inesperados, dando síntomas inequívocos de cáncer, no vale un octalidón (por fomentar un poco la nostalgia). Hay que operar, es la hora de meter el bisturí por el bien del paciente y de sus allegados, y también de los que lo sufrirán en el mundo si sigue contaminándolo todo de irresponsabilidad. 

Podría ser una escabechina si detrás no dispusieramos del diagnóstico ajustado. Cuando se tiene a Javier Gomá como oncólogo de cabecera poco hay que temer. Veo insuperable su análisis de la enfermedad de moda:

Los adolescentes están de vuelta antes de haber ido. Donde esperarías entusiasmo, fuerza, ilusión, no las hay. Se dice aquello de que si no tienes ilusiones en la adolescencia estás muerto y si no tienes un cierto escepticismo cuando eres mayor eres tonto. Ahora es como si el proceso se hubiera acelerado. Los jóvenes están de vuelta entregados a un cierto cinismo, escepticismo, sarcasmo, un exceso de aparente lucidez sin haber vivido. En consecuencia, tienen la desilusión, el desencanto y el desengaño antes de haber sido engañados. La cultura de la liberación se ha convertido para ellos en una catequesis bien aprendida. Cualquier niño, con 12 o 13 años, utiliza el lenguaje de la liberación ante su padre o ante su madre -¡qué decir respecto al profesor!- cuando en realidad lo que tenemos que hacer es educar a ese niño, tanto en su mente como en su corazón, para comprender la profunda dignidad de determinados límites. No todos, claro, pero hay determinados límites que a él le van a constituir como individuo, como ciudadano, como persona. Insisto, esos chicos están desengañados antes de haber tenido ilusiones porque la cultura conspira para que ellos estén desconfiando y sospechando de todo antes de haber sido capaces de enamorarse de algo.

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