Para el 19 de marzo todos los
profesores de Trabajos Manuales (precursor de la Educación Visual y Plástica
moderna) ayudaban a confeccionar a sus alumnos un cenicero que regalar al padre
(padre y tabaco era una ecuación nada extraña en aquel tiempo mío de
infancia). Recuerdo con cariño cómo lo envolvíamos en papel de celofán amarillo
o azul y esperábamos a la noche (que era cuando llegaba baldado de currar mi
padre) para hacerle entrega del fruto de nuestras manos. Aunque fuera un burruño
el padre agradecía el gesto y la madre sacaba de una bolsa el regalo
preceptivo: unos calcetines o una corbata. Y aquella noche la familia dormía
unida y feliz, el ritual se había cumplido con pulcritud.
Hoy vuelve a ser 19 de marzo,
pero han pasado casi cuarenta años de la fabricación del cenicero. Y la
democracia trajo del brazo la libertad (no tanta como quisiéramos) y por
consiguiente (locución política) el divorcio. El padre y la madre se podían
desvincular y ser agentes independientes, incluso construir una nueva unidad
familiar. La retrógrada sociedad española vio estos movimientos con mucha
reserva, colocó la etiqueta de fracaso al divorcio y decidió por unanimidad que
los hijos de divorciados debían tener traumas.
Ya se encargará el Corte Inglés
de mitificar la jornada para que se recupere el consumo con la celebración de
la sacrosanta paternidad. Además coincide con san José, un tipo entregado y
abnegado donde los hubiere, se tragó el tema del embarazo divino como si tal
cosa. Yo quiero poner la mirada en un río subterráneo.
-
-Mi padre no
existe. No tengo padre. Se fue con otra y nos abandonó. No quiero saber nada de
él. La única que nos cuida es mi madre. Lo ha pasado muy mal pero nos ha tirado
a mí y a mi hermano adelante. Mi padre no quería responsabilidades.
La dureza de los ojos de un
adolescente nos invita a creerlo. He escuchado las mismas palabras cambiando el
género.
-
-Mi madre es
una puta. Mi madre no nos quiere. Es mi padre el que se ocupa de todo, se ha
desvivido por mí, me da todo lo que necesito. Mi madre vive con otro tío y a mí
no me da la gana vivir con ella.
No suelo creerme todo lo que
escucho. No suelo dejarme llevar por las evidencias, debajo de cada caso hay
una historia y solo la conocen los protagonistas. Lo que sí sé es que en mi
instituto y en muchos institutos hay muchos hijos trofeo que lucen en las
estanterías de uno de los cónyuges mientras el otro sufre buscando qué es lo
que hizo mal para ser odiado a perpetuidad por el ser al que dio vida. Se empieza a hablar de
Síndrome de Alienación Parental, pero la sociedad avanza lentamente, se
defiende judicializándolo todo (american way of life) y mientras tanto un río
invisible de sufrimiento surca por los pasillos de mi instituto y de todos los
institutos del país.
Felicito desde aquí a los no padres
y a las no madres. Básicamente porque cada vez soy más escéptico.
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