Esto ya no es lo que era. Entregué las notas en
marzo y ningún padre (de 30 alumnos) me pidió entrevista en el mes de abril.
Nastic de plastic. Me encontré solo y abandonado. Ni que estuviésemos en el
abismo del final de enseñanza obligatoria (tienen que elegir su futuro en una
semana), ni que los resultados fueran escandalosamente deplorables. Pero si
Mahoma no va a la montaña, ya se sabe, la montaña se desplazaba sobre ruedas a
ver a Mahoma.
Lo primero que sorprende a las familias de mi
acción tutorial es que convoque al alumno a la reunión. Se sienten más cómodos
los padres y las madres cuando su vástago es un sujeto paciente que vive y
respira en el instituto pero que no ofrece explicaciones responsables de sus
actos. Esas reuniones solo a dos bandas acaban con una retahíla de lamentos que
no conduce a ninguna parte. Yo le digo en casa que…. Yo le digo en clase que….
Y el interfecto tan pancho en la clase mientras los adultos se rompen los
cuernos por encontrar soluciones a su sempiterna apatía.
Esta ronda de entrevistas, tal vez dolido por el
ninguneo, he rizado el rizo. Nada más entrar en la reunión pongo encima de la
mesa una pregunta (esa manía de ir haciendo exámenes a trochimoche): Pasado,
presente y futuro. Con pasado me refiero a los resultados del trimestre
anterior, el presente pulsa un estado de ánimo y cuando saco a colación el
futuro intento que lancen su anzuelo lo más lejos (objetivos a largo plazo)
para elaborar una estrategia y dar los pasos conveniente en la dirección
elegida.
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Jeffrey Vanhoutte |
Llevo diez alumnos. Cinco han optado por el
mutismo absoluto. No es un decir, es una descripción empírica. Silencio
sepulcral. Yo fuerzo la incomodidad. Los padres miran con indignación al
adolescente que se niega a valorarse. Tres balbucearon. Sonreían. Mezclaban
silencios con palabras vacías intentando que o sus padres o un servidor
vinieran en su auxilio y les ahorrasen el trago. Uno, se limitó a decir bien. Y
el último, un espécimen chulesco, me
exhortó a que fuese yo el que lo evaluase que era mi función. Su madre, en
lugar de reprenderle por la afrenta puso cara de póker y justificó su
díscolo carácter.
No tengo claro que los corderos no quisieran
responder o que no supiesen. Es una disyuntiva difícil, incluso pudiera estar
incluida una opción dentro de la otra. No saber expresarse les lleva al
mutismo. Fuese primero el huevo o la gallina es digno de reseñar que
suspendieron estrepitosamente el examen.
Les he colocado en tutoría la Masterclass de Juan
Antonio Marina sobre el aprendizaje y la importancia del lenguaje. Nuestro
cerebro es un motor que no ha tenido variación en los últimos 200.000 años
(parece el Ferrari de Alonso) y que aprende a base de órdenes que le ofrece el
propietario del vehículo. La precisión, el tono y el vocabulario con el que nos
hablamos a nosotros mismos son clave. Marina también insiste en la función
social del lenguaje, hablando no siempre se entiende la gente como anuncia el
refrán, es cuestión de explicarse bien. El video es un ejemplo en sí mismo, el
filósofo condensa en cinco minutos un saber valioso.
Parece que tanto watsap está oxidando el cerebro.
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