Me remonto a mi adolescencia pleistocénica para
encontrar la metáfora. Los autos de choque. Era una diversión que conjugaba
muchos ingredientes. La lógica imponía que en una pista tan reducida y con
tanto tráfico de vehículos se produjeran continuas colisiones. Había tres
modalidades de choque. La prohibida, el choque frontal. La traicionera, por la
retaguardia (incluso algunos conductores con malas intenciones empujaban con su cuerpo para
incrementar la fuerza del impacto). La lateral, en ocasiones el robusto y neumático cachibache
perdía el equilibrio y parecía tener intención de volcar. En el exterior,
sentados en unas barras que ejercían como asientos, la pandilla jaleaba o se
descojonaba de cada una de las acciones temerarias de los aspirantes a Alonso
(en aquella época creo que Lauda, Hunt y alguno más que mi memoria no quiere
esforzarse en recordar).
Se requiere destreza para salvar los choques
cotidianos. Son muchos los vehículos (personas) que interaccionan con nosotros
a lo largo del día produciendo una de las tres colisiones, incluso algunas, en
el colmo del atrevimiento, cual piratas modernos, quieren abordar nuestro coche
y dirigir nuestro volante.
Nombren inmediatamente un responsable de su
departamento de recursos humanos y adiéstrenle convenientemente para que
utilice las estrategias idóneas en cada momento para esquivar los
enfrentamientos inútiles y estériles y para llevar toda la fuerza a los
encontronazos necesarios, que la pista tiene más que ver con un campo de
batalla que con un prado lleno de lindas florecitas. No tenían cabida ni el
victimismo ni la conmiseración en aquel micromundo. Recuerdo a los repeinados pitagorines
blandengues que se quejaban de las malas artes de los pintas de la banda. Les
exigían limpieza en el combate, respeto a las normas, podían provocar una
lesión cervical o una….¡zasca! ¡Trompazo que te crió! Más de uno se dejo la
barbilla en la protesta. No se quejen de que alguien le hace la vida imposible,
aprovechen la oportunidad (una esquina era el lugar perfecto para el impacto
porque un flanco estaba inmovilizado) para demostrar al oponente que si persiste
en su actitud él no saldrá indemne. ¿La ley de la jungla? Va a ser que sí.
¿Miedo? Obvio. Algunas veces, cuando la pista estaba demasiado brava era una
acertada decisión retirarse por unos minutos a mear o a platicar con los
colegas. No hay mal que cien años dure, ni conductor temerario que tuviese cien
fichas.
También recuerdo que había que resguardarse de los gorrones que explicaban historias
increíbles para justificar su falta de parné. Los suavones (somormujos según mi diccionario) o los pormisbemoles (pesados hasta la extenuación) son especímenes peligrosos que circulan por la vida
dando unos estacazos considerables.Ordenen aislamiento al de Recursos Humanos. Que rentabilice sus energías, no siempre está el horno para bollos. El manual
de productividad situaba las exhibiciones cuando las chavalitas más monas
estaban atentas a lo que se cocían en la pista. Había que ir practicando en la
conducción con una mano y dejar el brazo sobrante en el respaldo por si un día
se decidían a compartir asiento para envidia de los guapitos oficiales.
Intenten descabalgar de su bólido lo más dignamente
posible pese a los encontronazos, los sustos y otros imponderables.
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