Vivir en minoría es farragoso (confuso por tener muchas cosas desordenadas o superfluas). Los sistemas concéntricos que nos rodean
(familia, trabajo, ciudad, estado, iglesia, tradición) nos facilitan las respuestas
para que no pasemos por el trance de tener que buscarlas en sitios inconvenientes o en experiencias dolorososas. Ya
se sabe, esto es así, no hay más, lo quieras o no. Munición para sobrevivir a
costa de ir siempre con la vela henchida de viento a favor.
Vivir en minoría obliga a un convencimiento que no
puede obtenerse en las grandes áreas comerciales de la mayoría. Allí se vende
fanatismo a granel. De
madrugada y por debajo de la puerta de servicio, me pasabas el hachís canta el Maestro Sabina
en Tiramisú de Limón. Así actuó mi amante cómplice cuando dejó sobre mi mesa una Contra de La Vanguardia del año 2008. Les advierto que es un texto sagrado para aspirantes a minoritarios. Las marcas fluorescentes me guiaban para que no me perdiese por
las ramas, el problema fue que las raíces, el árbol y las ramas ofrecían la
misma calidad y era imposible no imbuirse del aroma de tan distinguido
contracorriente. Josep María Castellet (crítico literario,
ensayista y editor) estaba habituado a quedar en minoría cuando solicitaba el Premi d’Honor de les Lletres
Catalanes para Josep Pla por su destacada labor por el catalán y por Catalunya. Buen inicio para desmontar intelectuales prejuiciosos.
Castellet hace apología de la singularidad desde
el principio de la entrevista. Soy de izquierdas. Soy
ateo. Una fuerza atraviesa el mundo: el mal. Propugno la infidelidad. La
propuesta en su conjunto afearía cualquiera de los salones vacuos que se pirran
por el consenso dejando de lado la verdad unívoca. No conforme con la primera ráfaga,
ahonda en las intenciones de los mayoritarios que diseñan nuestra vida hasta
los últimos detalles. Me parece que la
vida es un complot para evitar que hagas nada de provecho. ¿Por qué? Por el
secuestro del tiempo: obligaciones,
compromisos, reuniones, llamadas, citas, comidas, distracciones…La agenda colapsada por otros que nada tienen que hacer o que nada quieren que hagamos
(miren a su alrededor y los encontraran pontificando sobre el valor del
sacrificio y la sublimación de las obligaciones absurdas).
La
vida es un sinsentido. Es extraña, no se entiende. Su descubrimiento ofende tanto que la mayoría
tiene que enterrarlo de buenos propósitos. Sentimentalismo, bondad, poder, lo
que sea para no mirarse al espejo y tener que aceptar que todo es menos de lo
que imaginamos y que nuestros autoengaños no resisten un buen lavado de paso
del tiempo.
Propugno
una ética de la infidelidad, pese a mi escepticismo, yo quiero participar del
devenir del mundo, y eso exige evolucionar. Farragoso, ya lo dije al principio, obligarse a
repensarse, a cuestionarse, incluso a dudar de los grandes principios que uno
consagró en momentos de inconsciencia en aras de refugiarse un poquito en la
seguridad de la mayoría. Bálsamo de cobardes, alimento de poco previsores. Lo que se acaba, se acaba. Con todo respeto
para el dolor de las personas: el dolor es componente insoslayable de la vida.
Estimados lectores ácidos, muéranse con sus
propias ideas, en absoluta minoría. Castellet con impune desfachatez testó a favor de la vida proponiendo estímulos para sobrellevarla.
Hacer algo que esté más allá
de tus posibilidades. El resto es irrisoriedad vegetativa. Haz: haciendo, te
haces.
Muy interesante Jordi. Un saludo.
ResponEliminaGracias por tu atención. Un saludo de vuelta.
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