El séptimo arte ha perdido mucho terreno en la
educación (no soltaré el rollo del 21% de IVA que aquí no procede). En mi
tierna adolescencia (¿Memorias de África, profe? exclaman mis alumnos cuando
buceo en el pasado), si un señor profesor (de usted les llamábamos) nos anunciaba proyección, un calorcillo de
satisfacción recorría nuestras manos extenuadas de apuntes, resúmenes y
ejercicios. Las pelis que echaban por la tele eran en blanco y negro (nada de
meterse con mi edad o hay tiros) y las pantallas de plasma eran un sueño
futurista. No había proyectores en las aulas, ni demasiado dinero para ir al
cine. Nos llevaban como borregos a la sala de actos del cole y nada más hacerse
la oscuridad un berrido soliviantaba al profe que paraba la peli y nos
amenazaba con exámenes infranqueables. Después del desfogue, nos callábamos
como muertos y sacábamos nuestra mejor cara de atención.
Estos alumnos míos lo han visto todo. Consumen
series americanas de todos los contenidos y texturas, culebrones caribeños y
producciones autóctonas, en el móvil, en el ordenador o en pantalla doméstica
de tropecientas mil pulgadas. Como si comieran kikos, ven porno a escondidas y
se descargan los estrenos (básicamente de mamporros) a lo sir Francis Drake. Es
por ello, que cuando les anuncio peli se me parten de risa en los morros.
-¿Cuála es?
-Nada de pensar, eh, profe…
-Muermos terminantemente
prohibidos, que a ti te gustan unas pelis que son para roncar.
Y así hasta que le doy al Play. Tengo que
recurrir al cine alternativo para esquivar al típico cabrito revienta finales. Tengo que pelearme a brazo partido para que miren la
pantalla. Tengo que expulsar a alguno que le gusta meter cuchara cuando no
toca. Y al final, casi nunca les gusta la peli, esa insatisfacción tan
adolescente que me produce unas ganas de mandarlos a….
-Una peli, profe.
Vale, porque sois vosotros y os tengo
confianza. Aquí os dejo un corto (muy corto, no más de 3 minutos) lleno de
ingenio y de realidad. Pobre inventor del número pi, años y años de
investigaciones para acabar así.
¡Qué atrevida es la ignorancia!
ResponEliminaEl orígen secreto del número pi. Pa mondarse...
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