dimecres, 30 d’octubre del 2013

DEMOLICIÓN




¿Nadie se da cuenta? Esto ha cambiado, señores y señoras (o viceversa si uno es muy moderno). Las oscuras golondrinas no volverán. Ni hay que ser un visionario ni una mente preclara, es puro sentido común. La sensatez la encontré ayer en la peluquería. Mientras me trasquilaban las greñas la peluquera me explicaba el caso de su hijo de 20 años. Un zagal que no tenía la ESO por su mala cabeza, había dado tumbos por Ciclos de Grado Medio y por ahora lloraba porque nada le salía en la vida. Con una edad para montar catedrales, el muchachote se había vuelto a apuntar a la escuela de adultos. ¿Algo tendrá que hacer? La madre se preguntaba y la madre se respondía. ¡Es que no le gusta estudiar! Pero es que no hay trabajo. Su padre es transportista y quería que se comprase una furgoneta y a repartir productos por los mundos de Dios, ha desistido, a duras penas hay trabajo para el cabeza de familia. Mi peluquera ya aceptaba que a los 30 era muy posible que la criatura siguiera conviviendo con ella en el nidito familiar. ¿Y qué quieres que haga? A él le gustaría algo manual, como los aprendices de mi tiempo, me dice. Aunque me encogí de hombros, pensé en Ilich. 


La institución escolar está agotada. No hablo de leyes (del ínclito Wert) o de otras zarandajas (ahora salen los obispos pidiendo más religión, otra cortina de humo para distraer al personal). Hablo de cimientos, de la escuela que respondía a las necesidades de la revolución industrial (instrucción para dominar las máquinas) con una pedagogía militar. No hay que olvidar que tres años después de la batalla de Jena (1806) se instauró el sistema educativo alemán, cuyo objetivo declarado era la creación de cinco grupos sociales: a) soldados obedientes para el ejército, b) trabajadores obedientes para las minas, c) buenos súbditos para el Gobierno, d) empleados serviles para la industria y e) ciudadanos que pensaran de la misma manera en la mayoría de las materias. No les parece un calco de lo que tenemos dos siglos después.
Iván Ilich en 1985 en su ensayo La sociedad desescolarizada nos marcó el camino ante el agotamiento de un sistema que solo favorecía a las élites. Para poder crear una sociedad más libre, más justa y con pensamiento crítico suficiente para iniciar las transformaciones es necesario desmontar el chiringuito (¡vaya follón!). Ahora que habíamos sacado las banderas en defensa de la escuela pública, los lemas y las camisetas de colores. Iván Ilich esboza otros circuitos educativos que no pasan por la enseñanza reglada colectiva. Es partidario de distribuir los fondos que se apropia la institución escolar entre los sujetos a educar. La otra peluquera que estaba presente en la conversación se flipa cuando le digo que la plaza escolar de su hijo de ocho años cuesta al Estado unos 3000. ¡Jo, sí que es importante el niño! Ilich propone que se les ofrezca un cheque a los estudiantes y que cada uno se gaste la pasta en las fuentes educativas que les salga de la real gana. Y cuando se acabe, pues se ha acabado. Ni repeticiones ni pérdidas de tiempo. Eso se lo pagará cada uno de su bolsillo y no del de los demás.
Maduremos los postulados del visionario. Mientras yo les ofrezco una educación alternativa, en tres minutos entenderán de qué les hablo. 


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