Cuando un ateo invoca a la Virgen la cuestión
reviste especial gravedad. Cuando el ateo es Sumo Sacerdote con religión propia,
asunto crítico.
El domingo despertó soleado y las campanas de la
iglesia del pueblo repicaban con insistencia. Advertí a mi pareja, aún
envueltos en sábanas, que debíamos ir a Misa. Supongan el exabrupto. Por qué
esa manía de asociar la palabra sagrada con la factoría de hipocresía más
grande del planeta. Hay otros credos y otras religiones y yo sabía que la Misa
a la que yo me refería no sería rechazada por quien tocó el cuerpo incorrupto
del Mahoma de Úbeda. El café y la ducha ayudaron al proceso. Por toda nuestra
estancia se escuchaba la voz hueca y profunda del Profeta Joaquín Sabina desgranando
sus sonetos (Ciento volando de catorce) construidos en tiempos de nube negra.
La vida desnuda, los eufemismos atracados en medio de noche oscura, la
conciencia de nuevo devuelta. Todo eso fue el sermón del domingo. Pero para mí
no era suficiente. Yo sabía que había una canción que me tenía esclavizado
desde hacía algunos días. La entrada es tan demoledora como para explicar lo
que sucede intramuros de las relaciones entre personas.
No
permita la Virgen que tengas poder sobre egos, lágrimas y haciendas. Cuando
labios sin ánima quieran quererte al contado liquida la tienda.
Uno no elige a la familia, ni a padres ni a
hermanos ni a hijos. Estaban o vienen. Uno elige a los amigos. Uno no elige a
sus compañeros de trabajo o a sus jefes. Uno elige a su pareja. Uno se cree que
son como querrían que fuesen. Uno se da cuenta, tarde siempre tarde, que no
fueron más que proyecciones de un deseo. Uno se enfanga en negocios que no le
rentan. La economía es más sencilla que la vida, o el negocio ofrece dividendos u ofrece pérdidas, o no ofrece nada, que es una pérdida en diferido. O al final de
mes se puedes pagar a los empleados y vivir o la tienda es una ruina que se come
los ahorros.
Las personas se trasfieren energía, aquellas que
no tienen, inválidos, imbéciles y desalmados, chupan sin piedad de sus círculos
inmediatos. El profeta Joaquín Sabina habla de tres canales de chupeteo: el ego, que
yo lo entiendo aquí como el orgullo de ser, la esencia; las lágrimas, no admite
duda, el victimismo; haciendas, lean hipotecas y otras zarandajas y les resultará
familiar.
¿Por qué tengo que continuar contigo? Porque no
podrás vivir sin mí (eres un inútil, un dependiente, un adicto), porque me
moriré (eres un homicida, un sin corazón, un egoísta), porque tienes una
hipoteca conmigo y yo no la pagaré, porque soy yo el que gana la pasta, porque tenemos unos hijos comunes que me los apropiaré.
Labios sin ánima que cobran al contado. Ese amor a
tocateja. Ese amor que siempre está en deuda. Ese amor que se le supone como el
valor en el servicio militar. Ese amor indelicado y administrativo que es un
disfraz de la necesidad. Dice el Maestro: Liquida la tienda. Acaba. Todos
sabemos que finiquitar un negocio (y si es ruinoso más) es infinitamente más
complicado que montarlo.Pero si dejamos que chorreen las pérdidas puede acabar con lo que nos resta de vida. Y eso es nuestro único capital.
No permita la Virgen. Pero si lo permitió (los
designios del universo son inescrutables), liquida la tienda. Cada uno que se
aplique la parte de la profecía que le toca. Así sea.
Mucho más complicado, infinitamente más difícil.
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