La semana pasada recibí una condecoración. Dos
alumnas de Segundo de Bachillerato me escribieron un pergamino elogioso que
acababa de la siguiente manera: “Gracias
por intentar que tengamos una vida provechosa y que no seamos tan ignorantes”.
Agradecí el detalle pero no me quedé en los efluvios de la gloria doméstica. Les
descabalgué de los halagos tal vez un poco forzados por la emoción una
despedida irremediable. Conversamos y de ahí nació otra enseñanza. Mucho más
sustanciosa que toda la Geografía con la que les taladré a lo largo del curso.
- -Jordi,
¿de quién aprendiste tú?
- -La
pregunta es incompleta. Has conjugado mal el verbo.
- -¿Cómo?
- -Falta
el presente y el futuro.
Mi exalumna (o tal vez siempre seguirá siendo
alumna) concibe el aprendizaje como un proceso que empieza y acaba. Yo no.
Hace cuatro años que conozco a Alfonso. Es mi
suegrastro (si existe el vocablo). Tenía mala fama. Agresivo, parco en
palabras, estudios básicos pero intereses múltiples (los Ovnis entre los más
destacados). Me acerqué a él desde el respeto. Tengo muy claro que Maestro es
todo aquel que tiene algo que enseñar, no hablo de conceptos o de sapiencias a
granel, hablo de ideas que se han fraguado en la experiencia. Una botella que contuvo
anís cuando se llene de agua impregnará el nuevo líquido con la esencia que
quedó en sus paredes. Yo lo denomino Valor
Añadido. Cada persona tiene una esencia propia que adhiere a los saberes
adquiridos cuando la vida pasa por su cuerpo. Cuando lega sus
paradigmas al prójimo ya son una nueva sustancia con regusto propio, cuantas más aromas
haya captado (especialmente de los fracasos) más ricas serán sus enseñanzas. La
trasmisión de conocimientos puros puede hacerla un ordenador pero el néctar
valioso que yo aprecio en mis Maestros requiere extenso curriculum.
Alfonso se ha movido desde su más tierna infancia
en territorios hostiles, peligrosos, ha luchado por su subsistencia casi desde
que tuvo uso de razón, ha tenido que marcar la tierra que pisaba para no ser
pisado por otros más fuertes y avispados. Fue golpeado por su padre cuando
hacía algo mal. Conoció la miseria de cerca, el trabajo duro, la
desconsideración y el menosprecio. Cuando uno escucha atentamente el relato de
su vida entiende esa violencia que destila su carácter. No la juzgo, la
entiendo.
El Maestro Alfonso tiene cinco hijos. No mantiene contacto con la mayoría salvo con el mayor, con el que más años convivió. La
causa fundamental del distanciamiento me la resumió en una imagen, para mí que las habito,
suficiente. La palma de la mano hacia arriba. Actitud pedigüeña.
La
consideración de un padre nunca puede venir por lo que te suministra sino por
lo que es y lo que te enseña. Un padre no es una pensión alimenticia, un cajero
automático. Un padre es una fuente de experiencias, una sombra que va delante
en el camino insinuando los senderos más recomendables. Hablo de mi padre y
hablo del de los cinco hijos descarriados que han apartado en el borde del
plato al que pudiera enseñarles una de las razones más profundas de la
existencia humana. Y hablo de mis hijas. Allá ellos, yo no cometeré el mismo error, yo le escucho.
El Maestro Alfonso me tiende trampas, intenta
engañarme con una aceptable interpretación teatral. Me explica detalles de la
relación que mantiene con sus ególatras hijos con mucho sentido del humor. La
última vez que vio al más pequeño éste lo miró con cara de perdonarle la vida.
-
-Hola,
¿sabes quién soy?
El chulapo vástago asintió sin pasión.
-
-Entonces,
adiós.
Se ríe pero
su displicencia hace tufo a tinta de calamar, debajo esconde mucho dolor, sé
que una depresión lo dejó en los huesos. Pero cuando habla conmigo está
relajado, me explica sus lecciones y deja atrás la amargura. Quién fue capaz de
cruzar el desierto a mí tiene mucho que enseñarme, este pensamiento lo dirijo a
mis alumnas que querían localizar mis fuentes.
La última lección que me ha dado tiene que ver con
la demora de las decisiones necesarias. El ser humano tiende a dilatar los
procesos de cambio, a veces, de tanto marear la perdiz se ahoga en los pantanos
de la inacción. Con su escaso vocabulario pero su infinita sensatez el Maestro
Alfonso me recomendó.
-
-Cuanto
antes mejor. El mal trago pasará y todas las heridas cicatrizan.
Leo asiduamente tus artículos, maestro, aunque no siempre deje comentarios. Ándale!
ResponEliminaSe agradece saberse leído para seguir escribiendo. Un saludo.
Elimina¡MAESTRO!
ResponEliminaGracias.
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