dimarts, 27 de maig del 2014

MAESTRO ALFONSO



La semana pasada recibí una condecoración. Dos alumnas de Segundo de Bachillerato me escribieron un pergamino elogioso que acababa de la siguiente manera: “Gracias por intentar que tengamos una vida provechosa y que no seamos tan ignorantes”. Agradecí el detalle pero no me quedé en los efluvios de la gloria doméstica. Les descabalgué de los halagos tal vez un poco forzados por la emoción una despedida irremediable. Conversamos y de ahí nació otra enseñanza. Mucho más sustanciosa que toda la Geografía con la que les taladré a lo largo del curso.

-          -Jordi, ¿de quién aprendiste tú?
-          -La pregunta es incompleta. Has conjugado mal el verbo.
-          -¿Cómo?
-          -Falta el  presente y el futuro.

Mi exalumna (o tal vez siempre seguirá siendo alumna) concibe el aprendizaje como un proceso que empieza y acaba. Yo no.
Hace cuatro años que conozco a Alfonso. Es mi suegrastro (si existe el vocablo). Tenía mala fama. Agresivo, parco en palabras, estudios básicos pero intereses múltiples (los Ovnis entre los más destacados). Me acerqué a él desde el respeto. Tengo muy claro que Maestro es todo aquel que tiene algo que enseñar, no hablo de conceptos o de sapiencias a granel, hablo de ideas que se han fraguado en la experiencia. Una botella que contuvo anís cuando se llene de agua impregnará el nuevo líquido con la esencia que quedó en sus paredes. Yo lo denomino Valor Añadido. Cada persona tiene una esencia propia que adhiere a los saberes adquiridos cuando la vida pasa por su cuerpo. Cuando lega sus paradigmas al prójimo ya son una nueva sustancia con regusto propio, cuantas más aromas haya captado (especialmente de los fracasos) más ricas serán sus enseñanzas. La trasmisión de conocimientos puros puede hacerla un ordenador pero el néctar valioso que yo aprecio en mis Maestros requiere extenso curriculum.
Alfonso se ha movido desde su más tierna infancia en territorios hostiles, peligrosos, ha luchado por su subsistencia casi desde que tuvo uso de razón, ha tenido que marcar la tierra que pisaba para no ser pisado por otros más fuertes y avispados. Fue golpeado por su padre cuando hacía algo mal. Conoció la miseria de cerca, el trabajo duro, la desconsideración y el menosprecio. Cuando uno escucha atentamente el relato de su vida entiende esa violencia que destila su carácter. No la juzgo, la entiendo.
El Maestro Alfonso tiene cinco hijos. No mantiene contacto con la mayoría salvo con el mayor, con el que más años convivió. La causa fundamental del distanciamiento me la resumió en una imagen, para mí que las habito, suficiente. La palma de la mano hacia arriba. Actitud pedigüeña. 

La consideración de un padre nunca puede venir por lo que te suministra sino por lo que es y lo que te enseña. Un padre no es una pensión alimenticia, un cajero automático. Un padre es una fuente de experiencias, una sombra que va delante en el camino insinuando los senderos más recomendables. Hablo de mi padre y hablo del de los cinco hijos descarriados que han apartado en el borde del plato al que pudiera enseñarles una de las razones más profundas de la existencia humana. Y hablo de mis hijas. Allá ellos, yo no cometeré el mismo error, yo le escucho.
El Maestro Alfonso me tiende trampas, intenta engañarme con una aceptable interpretación teatral. Me explica detalles de la relación que mantiene con sus ególatras hijos con mucho sentido del humor. La última vez que vio al más pequeño éste lo miró con cara de perdonarle la vida.
-           
      -Hola, ¿sabes quién soy?

El chulapo vástago asintió sin pasión.
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              -Entonces, adiós.

Se ríe pero su displicencia hace tufo a tinta de calamar, debajo esconde mucho dolor, sé que una depresión lo dejó en los huesos. Pero cuando habla conmigo está relajado, me explica sus lecciones y deja atrás la amargura. Quién fue capaz de cruzar el desierto a mí tiene mucho que enseñarme, este pensamiento lo dirijo a mis alumnas que querían localizar mis fuentes.
La última lección que me ha dado tiene que ver con la demora de las decisiones necesarias. El ser humano tiende a dilatar los procesos de cambio, a veces, de tanto marear la perdiz se ahoga en los pantanos de la inacción. Con su escaso vocabulario pero su infinita sensatez el Maestro Alfonso me recomendó.
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     -Cuanto antes mejor. El mal trago pasará y todas las heridas cicatrizan.

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