Escuché renegar del realismo mágico a la gran escritora
colombiana Laura Restrepo en un curso de la UIMP en el incomparable marco del
palacio de la Magdalena. No les ocultaré
que me escoció, yo tenía sublimado a Gabo y sus secuaces pero es que Laura
expuso con buen criterio que al albur del éxito la magia se había transformado
en un ejercicio vulgar, incluso arriesgó a decir que la realidad que se vive en
el cono sur es más creativa que el repetitivo ejercicio literario.
De forma mágica cayó en mis manos Amores
peregrinos. Nada de ir a la estantería de una librería (cibernética o física) y
enamorarse de una tapa o de un autor. Por arte de birlibirloque el creador FRANCISCO MARCOS HERRERO (las mayúsculas
están acorde con su talento) me hizo llegar la criaturita. No necesité más de
cinco hojas para trasladarme a un Macondo autóctono (Brendecillos lo podría
situar en el corazón de la España profunda). Cuántos kilos de carne cruda habrá
ingerido el escritor para vomitar semejante exhibición de endemismo y
ancestros.
Un desfile de personajes que despistan la lógica y
se multiplican en el limbo de lo imposible. Una exhibición semántica (el
diccionario bien cerquita para precisar significados y buscar otras palabras
recién descubiertas). Una trama que se bandea entre las pasiones y sus excesos,
la indignación frente a un poder taimado que engaña y destruye. De la más
frágil dulzura al estrepitoso bestialismo. Y todo visto por una narrador
inválido, inutilizado desde casi el principio. Mira, siente y presiente,
interpreta, huele, barrunta, y en perfecta simbiosis, lo traslada al lector que
se estremece con el relato de unas fuerzas invisibles que mueven los títeres. La
vida encriptada.
No lo tienen fácil, esta perla no está cerca de
ustedes, si la quieren, gánensela.
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