Para la perfecta comprensión del
refrán es necesario intercalar un d en medio de la última palabra. Ya es conocida la afición de los sureños a comerse letras. RODAL: Mancha
o espacio más o menos redondo que por alguna circunstancia se distingue de lo
que le rodea.
Desde los tiempos de las
cavernas necesitamos alguien que se ponga al frente, que se distinga sobre el
global, que levante la vara de mando y que nos salve. Desde Moisés hasta Pedro Sánchez. Encomendamos nuestro
espíritu y nuestra suerte a un superhombre, a un dios, a un
señor, a un guerrero, a un papa, a un iluminado pensador, a un político que nos llevará a la independencia, a un
deportista repleto de éxitos, a un cantante famoso o a un vecino que escapó del
lúgubre barrio en el que crecimos para vivir en una unifamiliar en el barrio
colindante. La admiración genera debilidad. No somos capaces de defender
nuestro territorio, nuestra autonomía, nuestras fuerzas, nuestros fracasos y le
cedemos a una persona interpuesta nuestra energía para que disponga a su antojo. Así nos va, perdiendo patrimonio por los descosidos.
El último santico en encontrársele
un roalico (roalazo) ha sido el omnipotente Pujol. Una declaración de dos
folios ha defenestrado del altar al personaje. Y lo más lamentable de todo este
asunto son esas exclamaciones hipócritas de decepción que ha producido el descubrimiento
de una fortuna de dudoso origen y de nula tributación. ¡Oh, Dios mío, cómo ha
podido hacer semejante maldad! ¡Compasión, Señor, que no sabía lo que hacía! Es lógico, qué se podía esperar de un país que trabaja más en
negro que en blanco y que se
hace trampas hasta en el parchís. De un país en el que los mejores chorizos no son
los de cantimpalo y donde los corruptos son reelegidos por mayoría absoluta. Un país donde a
la que uno de los malos entra en prisión ya lo encumbran los presos para
sacarle un cartón de tabaco.
El castigo más cruel con los
corruptos sería el escarnio público. El desprecio absoluto de sus conciudadanos, que nadie quisiera compartir oxígeno con el traidor de confianzas. Pero no es así, por debajo de la
manta hay una admiración por el que es capaz de transgredir las normas en su
propio beneficio, en el fondo se admiran los huevos y la inteligencia que guiaron sus fechorías.
Los enemigos le escupirán en la cara, por enemigos no por puros. Yo me refiero
a un escarnio colectivo, sereno, displicente, un aislamiento entre dos mundos. ¿Pero
qué pasa si todos formamos parte del mismo mundo?
Pujol salió a la calle, en su
feudo, en su pueblo de veraneo, se tomó un café tranquilamente con los vecinos
de siempre, ni un reproche, tal vez unas ojeras más pronunciadas que se deberán al odio que atesora contra los que lo han forzado a encontrarse en tan delicada tesitura.. Los medios de
comunicación lo siguieron y él se mostró impasible. Declaró (con su habitual superioridad) que estaba a disposición de
las autoridades judiciales y tributarias (olé tú), no dijo nada de que
estuviese a disposición de las políticas (en el Parlament quieren hincarle el
diente). Se tropezó y estuvo a punto de darse una leche como todo hijo de
vecino. ¡Nada más me faltaba esto! ¡Qué campechano! ¡Con lo que tiene encima!
Ni rastro de escupitajos o de voces reprobatorias. Nada. Calma, educación,
respeto encubierto. Su mujer, la ideóloga del entramado empresarial familiar,
reclamando respeto a los periodistas mientras la pareja de venerables abueletes
(por favor, déjennos morir en paz) iba de visita a casa de unos amigos. Abrazos
y besos y el populacho en sus casas retorciéndose de dolor porque los
hospitales (que se podrían nutrir con los millones del santurrón) andan
cerrando camas. El primer round ya lo han salvado los Pujol, los que recibieron
sus prebendas en Catalunya (unos cuántos millones) no están dispuestos a
dejarlos solos, no vaya a ser que tiren de la manta y descubran que el negocio
tenía muchos socios.
San Jordi Pujol, ríete un poco más de tus fieles. Amén y que te den.
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