Los anuncios me provocan emociones. Supongo que no
descubro nada nuevo, es una obviedad de principiante, los creativos
publicitarios cobran por hacer realidad mi chorra reflexión. No me crucifiquen
todavía. Hay unos anuncios que me destensan los labios, me río con desgana de la zafiedad con la que requieren que me adhiera a su secta. Hay otros que
me atacan las pocas neuronas que me quedan, a lo israelí, sin
respetar nada, como me tienen maniatado esperando que empiece una peli
no tengo más bemoles que aguantar el estúpido bombardeo. Hay otros anuncios que me provocan ardores
de estómago, hay que verlos en ayunas si no quieres vomitar de puro sexismo o
de pura agitación consumista, consiguen por sí solos que ponga al producto en la lista negra de no comprar jamás. Hay otros que dejan tufillos extraños a su paso y son los que me llevaban de cabeza. Mientras los contemplas es difícil elaborar un causa-efecto
coherente e inmediato. Van estallando cual bomba racimo (toma metáfora de spot
chorra) y tiempo después le encuentras la gracia.
Hace un mes me topé con uno de la Cuenta Nómina de
ING Direct que exhibía una retahíla de tópicos para mostrarnos lo constreñidos que estamos por la sociedad. Hace pocos días quien
volvió a excitarme la pituitaria fue IKEA. Descubría como quien anuncia la sopa de ajo la influencia del comportamiento de los padres en sus vástagos. Se los pongo a continuación para
que se metan en honduras.
Tuvo que llegarme a quemarropa un artículo de Joan
Subirats para poder descifrar el rompecabezas de los dos anuncios provocadores.
Parece ser que David Cameron ha montado un gabinete denominado Behavioural
Insights Team (qué, se quedan igual), vulgarmente denominado el Equipo del
codazo. Según el catedrático de Ciencias Políticas el objetivo de tan innovador
departamento es cambiar el comportamiento de los británicos sin utilizar medios
coercitivos (normas) o incentivos (subvenciones). Yo entendí que es algo así
como si tu amigo te pega un codacillo en el bar y te advierte que has subido de
peso y que tu silueta está cogiendo forma de foca. Al principio te ríes para
no demostrarle que ha dado en la diana, que tanto tinto de verano y tapita de
calamares te ha desgobernado la cintura, luego, cuando él desaparece pides una
bebida light, y por la tarde, cuando baja el sol, te pones un chándal y a bajar
la grasilla sobrante.
Si no queremos ser unos antiguos de tomo y lomo
con hacernos una cuenta naranja tenemos suficiente, si somos unos padres
fracasados comprando un armario sueco ordenamos las prendas de ropa y las
ideas. Simple y directo al bazo, que parece ser un órgano muy receptivo a los
mensajes publicitarios.
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