dijous, 19 de febrer del 2015

EVITAR MULTIPLICAR POR CERO O POR DIEZ



La tabla del diez y la del cero son las más fáciles. A la primera se le añade un cero a cada número y listos. Llegar a 100 es coser y cantar. A la segunda, se multiplique por lo que se multiplique el resultado es un orondo cerapio. Fácil pero pírrica. La primera es la metáfora del entusiasmo desmedido y la segunda la del pesimismo sin criterio. La falta de perspectiva a veces nos impide recordar que en medio, hay ocho tablas más y que se pueden establecer combinaciones muy satisfactorias a la que se esfuerza uno un poco.


El entusiasmo unánime que provocó internet entre el gremio educativo pierde fuerza. Nos creímos (o nos hicieron creer los superiores jerárquicos con acciones en el negocio) en aquellos tiempos de dogmática fe tecnológica (el que discrepaba era una rancio melancólico) que con disponer de un ordenador a mano los chavales podían conseguir la gloria con la facilidad de la tabla del diez. Los centros educativos se sumaron como corderitos (ayudados por la bonanza económica) a programas de implantación de maquinaria y conexión a internet y al consumo de materiales digitales que era el summun del aprendizaje. Sin estudiar, sin reflexionar los efectos, sin experimentar. A las bravas. Del boli a la computadora en un par de años. Poco a poco fue implantándose la sensatez de la mano de la austeridad y se comprobó que por el hecho de abrir la tapa de un ordenador un alumno no aprendía. Y como la ley del péndulo es impepinable, se empezaron a poner límites al paraíso cibernético, a prohibir los móviles (fuente inmediata de conocimiento y perdición) y a volver a redactar letanías en honor de Gutenberg. La tabla del 0 se convirtió en catecismo de los llamados ciberpesimistas que en gremio de la tiza proliferan cuando los resultados no llegan.
En medio de los dos extremos hay una gran gama de opciones. Ni don Juan ni Juanillo que decía mi madre. Empecemos por la del 2 que está chupadilla, luego la del 3 y así progresivamente hasta llegar a la gran potencialidad, la del 10. ¡Imposible! Las voces ciberoptimistas se levantan en armas contra lo inexorable. Se sacan de la manga el término de nativos digitales y nos espetan en la cara que ya hay criaturitas del niño Jesús que con cinco años tienen su Whatsapp. No se le pueden poner diques al mar. ¿Qué no? Que se lo digan a los holandeses. Es cuestión de ingenio y voluntad.
Uno de los grande males de internet en la educación es la sensación que tienen los alumnos de que TODO ESTÁ AHÍ. Cervantes, la trigonometría, la Gioconda, la Primera Guerra Mundial, la lista de los reyes godos y el teorema de Pitágoras. No se mueve, espera que nuestro dedo teclee la dirección correcta y podemos hacerlo CUANDO QUERAMOS. Para qué esforzarse en retener nada, al carajo la memoria y sus músculos. Para qué la ortografía si están los correctores. Para qué la mitad de los andamios del saber si en el rincón del vago o en You Tube se encuentra todo a distancia de un certero clic. Recuerdo los trabajos de ampliación que hacíamos en la biblioteca del pueblo en aquella lejana adolescencia de la transición (abuelo cebolleta!!!!) Por narices había que aplicar una capacidad de síntesis si no querías acabar con un dolor de muñeca haciendo acopio de la información solicitada por el maestro. Las fotocopias aliviaron el esfuerzo pero no se podían incorporar al resultado definitivo. Ahora todo se resume en copy/paste. Sin esfuerzo alguno, la tabla del 0. Muchos profes han denostado esos trabajos de ampliación porque son la imitación de una cadena de montaje fordista. Por ende, todos pintando dentro de la línea.
El segundo problema de internet viene por creer que todo está al mismo nivel de importancia o de veracidad. Las primeras páginas del Google son la vara medidora. El procesamiento de todo lo que puede entrar por los ojos de los alumnos requiere de herramientas muy poco engrasadas en este tiempo: comprensión lectora y vocabulario, capacidad crítica, conocimientos de la materia, interrelación. Las consultas a internet se convierten en un trasiego de información sin intervención del transportista. No hay plusvalía, valor añadido, singularidad. Es solo cuestión de bits y no de neuronas.
Propongo, dos por uno….

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