dilluns, 9 de febrer del 2015

LA BRISCA



Mi abuelo era un gran aficionado, a mí, tierno pipiolín de siete añitos, me parecía un juego insulso. La brisca no tiene el relumbrón del póker, parece destinada a consolar los tapetes de las mesas camillas de viejos en los estertores de la vida. 
¡Saca la baraja! Yo obedecía más por combatir el aburrimiento de mi abuelo que para satisfacer un placer propio. ¡Roba! Yo me distraía en medio de la partida. Mientras los dedos agrietados y amarillentos de mi abuelo contaban los puntos yo me conformaba con señalar al azar como culpable de derrotas más clamorosas. Me faltaba la profundidad del que ha vivido para entender sus consejos. En una partida de brisca puede estar compendiada la vida, ahora lo sé.
¡Hay que saber jugar tus bazas! Cada partida manda un palo diferente, llegan las cartas que llegan y en un momento determinado. Yo me precipitaba y lanzaba por la borda los triunfos, mi abuelo resoplaba. Un dos de oros (cuando reinaba el huevo frito, uno de Oros) podía apresar un copón, el rey de bastos o el tres de espadas. Ahora que me abismo al medio siglo empiezo a aprender a jugar mis cartas. Nunca es tarde y nada carece de sentido.

Subió con aplomo al escenario, agradeció los aplausos, sacó sus gafas y leyó un discurso que había confeccionado con esmero. Afiló las emociones. Hablo del Maestro Antonio Banderas y de su merecidísimo Goya por su dilatada carrera. Se refirió al aquella carta que tiró a las seis de la tarde del 3 de agosto de 1980, de las dos figuras (sus padres) que se empequeñecieron desde la ventana del tren Costa del Sol. Tenía una misión y una determinación. La misión era convertirse en aquello que admiraba. La determinación, el puñetazo sobre la mesa cuando se aspira a la victoria, “nunca volvería a mi Málaga con las manos vacías”.  Fueron cayendo las cartas de la vida y el sábado las barrió con orgullo hacia su montón.
¡Roba! El Maestro Banderas sabe que no hay que encantarse, “creo haber sabido sobrevivir con dignidad y constancia entre los bosques de las subjetividades, las mermeladas del éxito, los páramos desiertos del fracaso y las luces de gas”. Advierte que la nueva partida se celebra en un contexto determinado, “la mediocridad se ha convertido en el mayor negocio de nuestro tiempo”, y que jugar bien las bazas le obliga a subirse de nuevo al mismo tren, “la cultura y el arte son la mejor manera de entender el mundo en el que me ha tocado vivir”. Nada de alta velocidad, es obligatorio el traqueteo de las vías rezumando crisis porque para los que viven de la creación es fundamente “disfrutar con las manos sucias en el barro que debemos moldear y con el aliento de la incertidumbre que proporciona tanto el éxito como el fracaso tras el cuello”.
¡Baraja! Todavía puedo escuchar la voz de mi abuelo invitándome a otra partida.  El gran Maestro Banderas finalizó su reflexión casi igual: “Me voy, pues acaba de comenzar la segunda parte del partido de mi vida”. Una lección.

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