Estoy un poco hartito de las dos muletillas. Las
primeras ocasiones que me crucé con ellas se aprovecharon de mi connatural
benevolencia para arrancarme una cierta comprensión pero últimamente me tienen
castigado el bazo porque sé que debajo de ellas hay un pesimismo interesado.
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Guillermo Bellinghausen |
Para lo que me queda. Sale de la boca de los preprejubilados, hombres y mujeres de la
segunda parte de la cincuentena que se despiertan soñando con los días que faltan
para dejar el curro. No se crean que el pasotismo lo enarbolan cuando les
quedan seis meses para darse el piro del mundo laboral, no, últimamente me
encuentro gente que ya empieza a irresponsabilizarse cinco o seis años antes
del célebre momento del descanso dorado (ya veremos lo que relucen las
pensiones cuando lleguen). Mi réplica nace del común diagnóstico de la
deplorable situación laboral que compartimos. En lugar de fortalecer los lazos
de solidaridad para buscar estrategias para revertirla lo que me encuentro es
una sinfonía egoísta que me advierte que ellos se bajarán del barco antes que yo
y que lo que pueda suceder a los que les siguen después de que lleguen a la
tierra de promisión del retiro se la repampinfla. Lo más hiriente es que en su
argumentación buscan justificación a su pasotismo y quieren nombrarte cómplice
sin recompensa alguna. Si se enfrentan a un rostro poco proclive a
justificarlos inmediatamente despliegan un curriculum glorioso y unas gestas
que muchas veces no se acompañan con certificado de veracidad. Si uno sigue
resistiendo apelan a sus esfuerzos míticos, a su salud precaria, a su cansancio
vital, a la falta de incentivos de los que mandan, a la crisis o a otras
excusas que puedan avalar su actitud. Me parece perfecto, que hagan lo que les
salga de la voluntad pero que no me vendan sus escaqueos para que los legitime.
No tengo vocación de delator o de acusica pero me fastidia que muchos de los
preprejubilados con sus comportamientos desertores carguen a lomos de los que
se quedan tareas que son de su jurisdicción y por las que cobran la misma miseria
que el pringao al que se las derivan.
Para lo que me espera. Otros que coinciden en que
esto es una réplica del Titanic pero que en lugar de dejarse la piel para que
cambie se tumban al sol y se ponen un disco con la sinfonía del Carpe diem que
siempre acaba con el estribillo del dolce farniente. Hablo de los
pretrabajadores, legión de adolescentes indolentes que me sueltan el rollo de
que no hay trabajo pero sosteniendo en la mano un móvil de setecientos pavos. Pasan de estudiar (para qué), de buscar trabajo (para qué) o de limpiar su habitación (por qué). Ya se sabe, el
futuro me ha hecho así. Y pretenden subyugarme con argumentos no tan lejanos de
los preprejubilados. Y como me descuide ya me han colocado el sambenito de
suertudo en la espalda como si fuese el día de los Inocentes, tú tienes trabajo
y nosotros nunca podremos llegar a tu status. Y dan ganas de irse al primer
confesionario libre y pedir penitencia por haberse dejado los codos pegados en
los libros, por haber aguantado cabronadas de los jefes durante años y años y
por levantarse a las siete de la mañana para currar por un exiguo sueldo.
Hay que buscar explicación en los Maestros, Amelia
Valcárcel en su magnífico ensayo Ética para un mundo global nos ofrece una
explicación para entender la popularidad de las dos muletillas:
El
regusto de fondo fue una sensación de desencanto moral acompañada de una
estética cool. Puesto que la revolución total que cambiase y diese la vuelta a
todos los valores ni se había hecho ni llevaba trazas de realizarse, se imponía
dejar fluir el río del pesimismo antropológico y contemplarlo melancólicamente.
Ya no quedaban ni derechas ni izquierdas, ni buenas causas, ni humor para retos
nuevos. Lo único realmente nuevo —moderno— era deshacerse del baúl de ajadas
esperanzas y contemplar desde la puerta de casa no cómo pasaba el cadáver del
enemigo, sino a sus hijos, jóvenes con la cabeza infectada de pasado y sin
sentido histórico, dirigiéndose a venerar el dinero, el poder, la ambición y
todas y cada una de las demás estulticias del alma humana.
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