Radical es aquello que se refiere a la esencia o a los más profundo de
algo. Los árboles no pueden renunciar a sus raíces, al canal por el que
reciben el alimento para crecer. Adjunten el adjetivo radical a cualquier
sustantivo de la realidad actual y verán que pronto a su alrededor florecen
caras de descontento. Cámbienlo inmediatamente por moderado y verán cómo
respira su entorno. Piensen en política y lo entenderán a la primera. Después del susto, seguro que hay algún iluminado que escupe la frase que
resume la nueva era de sosiego: los extremos no son buenos. Nuestro cerebro sigue invadido
de aristotelismo, el filósofo griego ponía en las dos partes opuestas de un
segmento vicios y en el punto medio una virtud, por ejemplo, entre la
temeridad y la cobardía se encontraba el valor. Yo propongo colocar en los dos
extremos verdades absolutas, irrenunciables, esenciales, en medio, una mentira
que resigna a no conseguir la totalidad.
La radicalidad es dolorosa, presuponen los
partidarios del medianismo que tendrán que enfrentarse a las renuncias, mejor
relajar la cuerda y moderar las
exigencias. Como las raíces de nuestra moral cotidiana se han descuidado no es de extrañar que se hayan secado las ramas. Lejos de volver sobre los pasos de tan clamoroso error y abocar agua en la tierra esperando una lenta resurrección prefieren explicar el fenómeno de forma exógena. Balones fuera, recriminaciones ambiguas a dioses paganos, mentiras
piadosas moderadas pero inútiles.
Light. Eso es lo que triunfa, lo que es sin ser. Raíces de cartón piedra.
Sin azúcar y sin sustancia, también sin dolor. Sin principios definidos y con fines negociables. Hoy
es así y mañana Dios dirá. La arbitrariedad moral que nos inunda, que nos
desconcierta. La verdad en manos del mejor postor o del mercenario más
intimidador. Los intereses particulares o generales como brújula. Rosas de
Jericó al albedrío del viento. Hay moderados que aguantan perfectamente la
falta de agua, no toman decisiones radicales nunca, las ramas se contraen hasta
el límite y su autonomía se vincula a la capacidad de adaptarse. Cuando llueve
la bonanza cogen volumen y brillan como si hubiesen fertilizado sus raíces. Un
espejismo. Qué pasa cuando el universo está plagado de Rosas de Jericó, fácil,
la radicalidad es un vicio, un extremo indeseable. Se apela a la transigencia,
al consenso, a la negociación, a la buena voluntad, a lo que diga o piense la
mayoría. Trampas para forzar la sequía generalizada. Mal de muchos.
Miren como el diccionario deja en ridículo a los
pactistas, transigir es consentir en parte con lo que no se cree justo,
razonable o verdadero. Como decía el poeta italiano Arturo Graf no tardará en transigir con el fin el que
está dispuesto a transigir en los medios.
Si les califican de radicales e intransigentes,
agradezcan el piropo.
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