Querer por obligación es un ejercicio extenuante.
El amor no deja de ser un negocio en el que se invierte y del que se debieran
extraer pingües beneficios. No tiene otro sentido. Para qué convivir con otro
ser humano si no es para enriquecerse mutuamente. Cuando aparecen
reiteradamente los números rojos es indicio suficiente para saber que amenaza
ruina. ¿Y por qué continuar como accionista en un negocio paupérrimo? Por
obligación. Hay que amar porque sí, antes lo decía la santa Madre Iglesia (en
lo bueno y en lo malo), ahora una sociedad que responde a las necesidades del
patriarcado y que considera a las mujeres objeto sexual (para dar placer) y
objeto sentimental (dar amor).
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Jonathan Dalton |
Coral Herrera Gómez describe en un brillante artículo en Pikara Magazine los estropicios del amor romántico. Con un botoncito se podrán
hacer a la idea de la trampa:
“Por amor” las mujeres nos aferramos a situaciones de
maltrato, abuso y explotación. “Por amor” nos juntamos con tipos horrendos que
al principio parecen príncipes azules, pero que luego nos estafan, se
aprovechan de nosotras, o viven a costa nuestra. “Por amor” aguantamos
insultos, violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos “por amor”, y a la
vez de presumir de nuestra intensa capacidad de amar. “Por amor” nos
sacrificamos, nos dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestras
redes sociales y afectivas. “Por amor” abandonamos nuestros sueños y metas,
“por amor” competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre, “por
amor” lo dejamos todo.
Confusión. Todo
está podrido. No es verdad, hay
negocios que resplandecen, que da gusto verlos.
Este “amor”, cuando nos llega,
nos hace mujeres de verdad, nos dignifica, nos hace sentir puras, da sentido a
nuestras vidas, nos da un status, nos eleva por encima del resto de los
mortales. Este “amor” no es solo amor: también es la salvación.
Y si las mujeres logran desatarse de la obligación de amar a un príncipe
azul de bazar oriental les espera otro foso con cocodrilos. Otro negocio que
pudiera perder aceite por las costuras pero al que tienen que rendir abnegación
sí o sí. Que insidiosa frase la que se espeta a las madres separadas: “De un
marido te puedes separar, los hijos son para toda la vida”. Chúpate esa, un
negocio perpetuo (sin revisión, ahora que están de moda las condenas duras). Y
lo peor, cómo se le puede ocurrir a una mujer como debe de ser y a una madre
como el mundo quiere que sea pensar en rescindir un contrato con el amor.
Aguanta, madre, aguanta. Sufre, madre, sufre. Claudica porque esos a los que
diste vida, por mucho que te sangren, aprendieron la M por ti. ¿Sí? Mi mamá me
mima. Mi mamá me ama. Y lo que se da no se quita, santa Rita, Rita, Rita.
Un magnífico artículo de Eugenia Zicavo nos introduce en el pantanoso tema del arrepentimiento de la madre de haberlo sido. Sssssss!!!!
Bajen la voz, me mirarán mal, las mirarán mal. Solo se les permite un momento
de duda, el puerperio, ese período en el que el organismo de la mujer ha sido
tan zarandeado tras el parto y que tiene que reponerse poco a poco. Se le acepta
(depresión postparto) que tenga dudas y un cierto desapego a la criatura recién nacida. Pero cuando pase la cuarentena ya se
puede olvidar de las dudas, los galenos lo pueden considerar “enfermizo” y lo
que es peor, se puede permitir el lujo de romper el sitio del amor y
convertirse en una mujer libre. Ni hablar.
Incluso las mujeres sinceramente felices con sus maternidades, las que sienten que tener hijos ha sido lo mejor de sus vidas, para encajar por completo en la figura de la “buena madre”, algo tienen que callar. Sus omisiones fundan otros mutismos: la lengua materna está cargada de palabra histórica pero también de sus silencios. (Eugenia Zicavo)
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