Un clásico. Jovencita de buenos modales,
estudiosa, ordenada y un sinfín de adjetivos loatorios más cae en brazos de
jovencito crápula, desastroso estudiante y licencioso en sus costumbres. Todas
mis valoraciones son culturales pero la genética en romances iniciáticos tiene
la última palabra. Ella podría ser un 5 y él un 8. Ustedes se reirán pero
nuestro cerebro tiene un etiquetador de físicos, si dudasen de mi palabra no
tienen más que consultar el experimento del psicólogo evolutivo Douglas Kenrick.
Todos y todas nos etiquetamos con un número (el
que nosotros creemos y no tiene por qué coincidir con el que otros nos adjudican) y entramos en la bolsa del
apareamiento intentando llevarnos una pareja de un número superior,
conformándonos con uno equivalente o resignándonos a uno inferior debido a que se está acabando el pescado. Los que tengan un número bajo renegarán de suerte
afirmando que todo no está en el físico y los que han sido agraciados con un
buen caché irán por la vida fanfarroneando debido a su ventaja innata.
A mis
espaldas, un coro de profesoras gallináceas claman contra el luctuoso romance
desigual. ¡No puede ser! ¡Tenemos que hacer algo! Yo entiendo que la acción
pasa por ejercer el celestineo a la inversa. Me fijo en la adolescente y veo
que las curvas se le han acelerado, un pircing luce en su ombligo como trofeo
del descaro y los estudios han pasado a segundo plano. Me fijo en él, ha moderado su connatural
chulería con el fin de arrinconar la presa. Y me doy cuenta de que al mismo
nivel que los conocimientos que estos pipiolos tienen que tener sobre la
Primera Guerra Mundial se encuentran las nociones básicas sobre apareamiento.
Si quieren saber más detalles sobre el mismo se chupan el interesante
documental La ciencia del Sex-Appeal.
Ahora no les puedo dar más detalles sobre el flirt
de mis dos alumnos. Ha llegado el verano y los libros están en el monte de
Piedad, los pasillos del instituto que vieron sus primeros arrumacos presumiblemente
serán sustituidos por la piscina municipal o por un parque desértico. El verano es la prueba del algodón de las parejas adolescentes,
chicos y chicas con números más elevados se exhibirán como manzana de Adán para
que la tentación mueva las fichas a su antojo. O tal vez no, tal como decía
Ortega triunfe el enamoramiento, una patología de la atención que hace que una
persona destaque sobre el resto de una manera tiránica.
Por si ustedes, apreciados lectores estupefactos
por la deriva del post de hoy, se han quedado atrancados en el número y su
determinismo tengo que advertirles que a medida que avance la vida de estos dos
iniciados en el juego del apareamiento es posible que entren en liza otros
elementos que competirán con la genética. La palabra (tener un noviete que no
para de decirte te quiero y que no innova en el arte de la seducción es un
coñazo), el dinero y el poder (un Ferrari ayuda en la elección de partenaire),
la madurez, el saber envejecer, la actitud ante la vida y sus cabronadas. Vaya,
que no se “abandonen” a la suerte de un dígito y trabajen en la apreciación de su valor que
seguro que el botín que recogen se lo merece. La fotógrafa Gracie Hagen ha
sabido sintetizar en una colección de imágenes lo que acabo de expresarles. Lo
sabido, una imagen vale más que mil palabras.
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