El
comienzo del curso escolar supone una ocasión para reconocer la socialización y
universalización de la educación como gran logro que obedece al esfuerzo
conjunto y prolongado de todos los españoles. Que haya prácticamente ocho
millones de estudiantes en la enseñanza no universitaria y de formación
profesional, y en torno a un millón cuatrocientos mil universitarios hay que
considerarlo como uno de los valores más esperanzadores de esta sociedad: y una
enorme posibilidad para el futuro, incluso el más inmediato.
Es el inicio de la grandilocuente editorial que EL PAÍS destinó al inicio de curso el pasado 9 de setiembre. La educación sigue
siendo esa burbuja de esperanzas que se fraguó en los inicios democráticos. La
educación como varita mágica que transforma conciencias, que capacita, que
eleva a los ciudadanos a la cumbre de sus posibilidades y que nos aleja de la miseria
de Los santos inocentes, de la dictadura (aunque nos meta en otros sistemas de
dominio más cibernéticos) y de otros riesgos indeseables. En los albores de la
crisis, cuando los nubarrones se cernían sobre los presupuestos (por encima de
nuestras posibilidades), los políticos, de todos los colores y facciones,
gritaban a los cuatro vientos, que no se cruzaría la raya roja en educación y
sanidad. No hace falta que les cuente lo que vino después. Lo están pagando
ustedes.
Esta mentira escrita de puño y letra por un
periodista insustancial que encabeza el post, estos eufemismos que aceptamos
colectivamente y que nos llenan la boca de logros que no existen, nos hunden en
una hipocresía que impide una radiografía del mal que nos carcome los huesos
sociales. Mis enemigos (que me he ganado a pulso y de los que estoy muy
orgulloso) criticarán mi exacerbado pesimismo (algunos se atreven a calificarme
de nihilista) y seguirán apelando al rosa para hablar de educación. Llevo
veintitrés años entrando a las aulas y comprobando una realidad que tiene más
de negro que de blanco, he estudiado las estructuras de poder que rigen el
sistema educativo, he observado los roles de todos los miembros de la comunidad
educativa. Y puedo asegurarles que todo el tiempo que sigamos en la nube nos
afectará para deshacernos de una educación caduca que responde más a la
retórica que a la práctica.
Los ciberoptismistas creen que las máquinas serán
las que liberarán a la educación de sus yugos. Yo no. Yo creo lo contrario,
pueden ser una nueva utilidad al servicio del poder, del que se esconde detrás
de esta educación eufemística que mantiene el palurdismo generalizado como
instrumento de dominio.
Lo dejo aquí por el momento, no sin antes citarles
una cifra de uno de los artífices máximos del pitote en el que estamos
inmersos. “A los 15 años un 45% del
alumnado ha repetido al menos una vez”. El insigne WERTedero, afirma, sin
rubor ni dolor, que esto no lo puede asumir el sistema (económico) actual.
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