Hay una palabra que me saca de quicio, nada más la
escucho o la veo escrita se remueven mis más bajos instintos y siento unas
ganas irrefrenables de estrangular al que la pronunció o al que la escribió y
si me dejo llevar por el exceso asesino, al que pensó en ella. EXCELENCIA.
Organizaciones con necesidad de disfrazar sus harapos, marketineros creyendo
que las pegatinas fomentaran las ventas, autoayuderos de tres al cuarto que se
llenan la boca con una palabra trucada, empresas que se prestan a certificar
una calidad que no es más que fachada.
Desde hace unos años la fiebre se instaló en el
sector educativo. Y lo peor no fue la mentira (que también), lo catastrófico
fue situar los documentos que certifican la calidad por encima de la propia
calidad. Lo mezquino fue la competencia feroz entre centros, entre
universidades, entre academias, por captar clientes anunciándoles una cúspide
(excelencia) en muchos casos absurda. Descubro en el blog de Jordi Adell
(experto en competencias digitales en la educación) una joya, un antídoto
contra el excelente borreguismo que nos invade, una carta que apela a la
DESEXCELENCIA.
Lejos
de querer significar un llamamiento a la mediocridad o la pereza, la desexcelencia invita a preocuparse
por la calidad real y efectiva del trabajo en la universidad, de modo que
seamos conscientes de la naturaleza
del trabajo que realizamos y de la satisfacción
que puede producir. Según este enfoque, inspirado en el trabajo artesanal, la
calidad se cultiva conciliando el acto y
el sentido, lo que pone en cuestión la actual gestión de las universidades.
Las palabras en negrita son la clave del proceso. No
somos autómatas al servicio de una empresa o de una administración. A todos nos
gusta el trabajo bien hecho y su correspondiente satisfacción, desde vender una
barra de pan a enseñar a canijos de doce años los países del mundo. Hacemos las
cosas orientándolas a un objetivo. La excelencia no es el objetivo, es una
pedantería que en boca de palurdos puede producir hilaridad.
Una
forma de salir de estas contradicciones es transformar
nuestras maneras de ser y actuar y poner en práctica nuestros valores y no solo hacer llamamientos a las autoridades
educativas.
La desexcelencia es compromiso, no es para vociferas
que se ponen camisetas de colores para apoyar una reivindicación y en su
práctica diaria son los más fervientes defensores de aquello que critican. Me
conozco algún que otro excelente directivo que pertenece a esa casta falsaria.
En este país durante una década nos sentimos
excelentes. El dinero de la especulación urbanística nos nubló el
entendimiento. Y nos dio, como paletos vestidos de Armani, por construir
chorradas de un millón y medio de euros y bautizarlas con el rimbombante epígrafe
de PARQUE DE RELAJACIÓN DE TORREVIEJA. Formaba parte del plan de EXCELENCIA
turística de la zona. Hoy, es un monumento a lo que no se debe hacer (al
derroche sumar que está construido sobre una zona ecológica protegida). Intuyo
que con el tiempo podrá convertirse en lugar de peregrinación de los desexcelentes que encontraremos en
ese mojón (no hablo de señal que marca un territorio sino de defecaciones de un
tirón) razones para desmontar los delirios de grandeza.
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