dimarts, 23 de setembre del 2014

UN MOJÓN EXCELENTE




Hay una palabra que me saca de quicio, nada más la escucho o la veo escrita se remueven mis más bajos instintos y siento unas ganas irrefrenables de estrangular al que la pronunció o al que la escribió y si me dejo llevar por el exceso asesino, al que pensó en ella. EXCELENCIA. Organizaciones con necesidad de disfrazar sus harapos, marketineros creyendo que las pegatinas fomentaran las ventas, autoayuderos de tres al cuarto que se llenan la boca con una palabra trucada, empresas que se prestan a certificar una calidad que no es más que fachada.
Desde hace unos años la fiebre se instaló en el sector educativo. Y lo peor no fue la mentira (que también), lo catastrófico fue situar los documentos que certifican la calidad por encima de la propia calidad. Lo mezquino fue la competencia feroz entre centros, entre universidades, entre academias, por captar clientes anunciándoles una cúspide (excelencia) en muchos casos absurda. Descubro en el blog de Jordi Adell (experto en competencias digitales en la educación) una joya, un antídoto contra el excelente borreguismo que nos invade, una carta que apela a la DESEXCELENCIA.

Lejos de querer significar un llamamiento a la mediocridad o la pereza, la desexcelencia invita a preocuparse por la calidad real y efectiva del trabajo en la universidad, de modo que seamos conscientes de la naturaleza del trabajo que realizamos y de la satisfacción que puede producir. Según este enfoque, inspirado en el trabajo artesanal, la calidad se cultiva conciliando el acto y el sentido, lo que pone en cuestión la actual gestión de las universidades.

Las palabras en negrita son la clave del proceso. No somos autómatas al servicio de una empresa o de una administración. A todos nos gusta el trabajo bien hecho y su correspondiente satisfacción, desde vender una barra de pan a enseñar a canijos de doce años los países del mundo. Hacemos las cosas orientándolas a un objetivo. La excelencia no es el objetivo, es una pedantería que en boca de palurdos puede producir hilaridad. 

Una forma de salir de estas contradicciones es transformar nuestras maneras de ser y actuar y poner en práctica nuestros valores y no solo hacer llamamientos a las autoridades educativas.

La desexcelencia es compromiso, no es para vociferas que se ponen camisetas de colores para apoyar una reivindicación y en su práctica diaria son los más fervientes defensores de aquello que critican. Me conozco algún que otro excelente directivo que pertenece a esa casta falsaria.


En este país durante una década nos sentimos excelentes. El dinero de la especulación urbanística nos nubló el entendimiento. Y nos dio, como paletos vestidos de Armani, por construir chorradas de un millón y medio de euros y bautizarlas con el rimbombante epígrafe de PARQUE DE RELAJACIÓN DE TORREVIEJA. Formaba parte del plan de EXCELENCIA turística de la zona. Hoy, es un monumento a lo que no se debe hacer (al derroche sumar que está construido sobre una zona ecológica protegida). Intuyo que con el tiempo podrá convertirse en lugar de peregrinación de los desexcelentes que encontraremos en ese mojón (no hablo de señal que marca un territorio sino de defecaciones de un tirón) razones para desmontar los delirios de grandeza.             

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