Al
poner el acento en el carácter público de los sufrimientos privados, Beccaria
ha modificado el objeto al que se le aplica el tormento, que ya no puede ser el
cuerpo ni tampoco, según pretendía Foucault, el alma del condenado, sino
exclusivamente la imaginación de los testigos. Por eso la respuesta del
observador puede proporcionar una medida constante de la violencia que debe
administrarse al reo.
JAVIER MOSCOSO. Historia
cultural del dolor.
Cesare Beccaria, ilustrado italiano del siglo
XVIII, se mostró contrario a la pena de muerte y a toda forma de tormento para
los reos. Rompiendo la tradición de Antiguo Régimen que proponía la
ejemplaridad del castigo sobre el cuerpo humano, él se inclinaba por la cárcel
como el elemento disuasorio más potente para frenar la comisión de delitos.
Abandonar la barbarie para castigar sin violencia. El delincuente (impregnado
de imaginario social) pondría el freno de mano al pensar en una vida privada de
libertad.
La decapitación del periodista Steven Sotloff
mostrada en video por los yihadistas del Estado Islámico junto con la
precedente del también periodista James Foley y la anunciada del ejecutivo británico
(ex soldado en misiones humanitarias) David Haines ha convulsionado los ojos de
todo el mundo. Son dos muertes en medio del universo. Y una anunciada
(desesperante, no se puede hacer nada por evitarla). El número es despreciable,
la intensidad del mensaje que transmiten es potentísima. Los yihadistas pusieron
precio a esas cabezas desprendidas de cuerpo, 100 millones parece que pedían
por la de Sotloff. El chantaje es otra estrategia, gracias a este mundo
globalizado en el que una imagen surgida de un desierto recóndito entra en la
sala de estar de cualquier hogar del mundo por tele, ordenador o móvil. Ojos
que no ven, corazón que no siente el dolor. Ojos que todo lo ven están
expuestos a girar la responsabilidad sobre los que no pagan.
Las víctimas mueren a manos de sus captores, no
hay elemento mediador, hay un cuchillo que rebana sus cuellos y unas imágenes
fehacientes que muestran la decapitación. Las víctimas, antes de su muerte reniegan de
la política de su país y de sus dirigentes empeñados en erradicar el islamismo
integrista a base de bombazos. Lo hacen sabiendo que van a morir, se ponen de
parte de sus verdugos, acceden a una humillación que aparentemente no ofrece
nada a cambio. Como observa Javier Moscoso en la cita inicial, el dolor se ha desplazado
del cuerpo de la víctima a los ojos que lo contemplan. Y la imaginación del
espectador (mucho más potente que la misma realidad) se verá afectada para
siempre. El dolor se ha convertido en un elemento de poder. Los americanos
tienen la potencia militar, los yihadistas apuestan por la simbología (volvamos
a recordar la parálisis que generó la caída de las Torres Gemelas). Nadie
seguramente querrá hablar de Guantánamo, la imaginación también nos puede
ayudar. La imaginación nos dice que si te llevas bien con los propietarios de
Guantánamo no hay nada que temer. La misma imaginación, también nos indica, que
nosotros, simples y alejados (a lo mejor no tanto) espectadores de la barbarie
yihadista estamos en la otra acera y que el cuchillo (o unas bombas como las de
Atocha) pueden segar nuestras vidas como lo han hecho con unas víctimas
inocentes que informaban de un conflicto inacabable.
El dolor puede
convertirse en un arma de destrucción masiva.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada