Los números son fríos y se olvidan. Dicen las
estadísticas que son 50 las que han perdido la vida en lo que llevamos de 2014. No es más que una cifra o
un nombre, a veces menos, una inicial, un lugar. Lo máximo que nos extraen es un
suspiro de derrota, un escalofrío de impotencia. Pero sabemos que mañana, a lo
más tardar pasado, la lista se ampliará, otra mujer dejará de existir porque su
expareja o pareja lo ha decidido así. Ya lo hemos incorporado al attrezzo
cotidiano. A otra cosa mariposa.
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El pueblo esperando de Evelyn Williams |
No hay estadística para Carmen Rodríguez. El
patriarcado tiene controlado el sistema, los daños psicológicos son invisibles
y por tanto, de cara a la sociedad, no son registrables. Por lo tanto, el problema no existe. Las humillaciones que
se padecen en el ámbito privado son imposibles de demostrar. Es tu palabra
contra la mía. La violencia de género en el caso de Carmen tiene que cambiar de
registro para salir de la vía muerta. De la estricta cuantificación de las víctimas físicas se tiene que pasar a la descripción cualitativa de los detalles
del dominio. Pelos y señales del espanto, una arma eficiente para derribar el muro de silencio que ha contruido la insensibilidad
colectiva.
Si ustedes son capaces de leer el relato de Carmen y no
sentir por dentro un desasosiego brutal les admiro. Le ha dirigido una carta a Ana Mato, con una valentía encomiable se confiesa víctima de la violencia
machista, víctima sin dígito.
Somos
esas mujeres a las que han cogido del cuello y, con los pulgares, han recorrido
sus clavículas lentamente mientras, con una mirada fría, les preguntaban:
"¿De qué tienes miedo? Yo te quiero.
No hay que tener una imaginación desbordante para
sentir el pánico por persona interpuesta. Yo te quiero. Ya se sabe hay amores que matan. El amor es el comodín que siempre se encuentra en el
sustrato de los dominios.
Somos
esas mujeres a las que nos han advertido: "Tengo todo el tiempo del mundo
para agotarte", a las que les han introducido objetos cortantes en la
vagina y que han terminado abrazadas después a ese ser, dándole las gracias
porque no les había hecho daño, porque no había ido a más, porque querían creer
que sí, que era un juego y que, quizás, la culpa de sentirse tan mal y con
tanto miedo era de ellas, porque eran unas tontas y unas estrechas y porque él,
en realidad, era bueno. Somos las mujeres que han visto cómo intentaban que las
despidieran del trabajo para quitarles lo poco que les quedaba de estabilidad
en su vida.
Qué cabrón sube a nuestra boca en primera
instancia. El cabrón puede ser su compañero de trabajo o su vecino de enfrente.
El cabrón se viste de piel de cordero cuando cruza la puerta de su castillo. El
cabrón puede obtener informes psicológicos de malos profesionales para obtener
la custodia de los hijos compartidos y seguir martirizando a la víctima
invisible. El cabrón se lo pasa pipa humillando, dominando, decidiendo por
donde conduce a la mujer para que se despeñe.
Es
más, cada día, cuando entramos por el portal de esa nueva casa de la que,
supuestamente, no tiene la dirección, subimos las escaleras pensando qué
pasaría si estuviera esperándonos arriba. Tal es el pavor que sabemos cuántos
segundos tardamos en llegar abajo y hemos hecho simulacros para bajar de dos en
dos los escalones por si un día ocurre eso y tenemos que salvarnos. Pero eso no
lo ve nadie, porque no queda registro en nuestra epidermis y no podemos
abrirnos el pecho para que vean cómo nos late el corazón cuando vemos a algún
señor que se parece a él, que viste con sus colores…
Se me olvidaba. Nadie ha visto nada, nadie ha
escuchado nada, nadie ha sentido nada extraño. La víctima no contabilizada, la
mujer sin señales o que ha tenido la suerte de no ser asesinada todavía, está
sola. Y si alguien viera, escuchase o sintiese algo, puede escurrir el bulto afirmando
que Carmen exagera. Y si alguien después de haber visto, escuchado o sentido
algo tuviera mala conciencia, compadecerá a Carmen. Y entonces descubrimos a
quemarropa que el sol no sale igual para todos los ciudadanos, especialmente si
son mujeres y no se pueden quitar de encima el pánico ni con lejía.
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