Noto a mi alrededor una enfermedad invisible.
Manifiesta unos síntomas más agudos o más livianos pero cruza trasversalmente
los cuerpos con los que me cruzo a diario. Una fatiga inexplicable, unas ganas de no hacer
nada, un desánimo. Leyendo el libro de Barbara Ehrenreich Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, veo cierto
paralelismo con lo que le sucedió a la sociedad americana a mediados del siglo
XIX, fue invadida por una enfermedad nueva denominada neurastenia. Inicialmente
se le atribuyó la culpa a la incapacidad de los sujetos a enfrentarse a los
cambios y al crecimiento acelerado, una especie de estrés vintage. El
problema es que no afectaba a las personas que estaban en primera líneas de
actividad económica, al contrario, se cebó en las mujeres de clase media que
entraron en una tierra de nadie pantanosa y paralizante. No tenían acceso a los
estudios (machismo puro) y fueron privadas de actividades lucrativas que se podían
ejercer en el ámbito doméstico y que fueron asimiladas por las fábricas. La falta
de ilusión y la sensación de inutilidad colapsaron el sistema nervioso. La postración se volvió elegante,
dijeron algunos coetáneos cargados de ironía. Era la única forma de sentirse
especial, contraponiéndose a los valores calvinistas del trabajo, trabajo y
trabajo. Mary Baker Eddy (creadora de la Ciencia Cristiana) y sobre todo de su
heredero el psicólogo William James fueron los generadores de una corriente
positiva de sanación que atenuó la epidemia. La enfermedad se convirtió en algo
subjetivo que se generaba en la mente y que aterrizaba en el cuerpo. Los
pensamientos positivos se convirtieron por arte de birlibirloque en
aniquiladores de los agentes patógenos del pesimismo. Ehrenreich que destroza
con su libro el negocio de la felicidad impostada por decreto optimista,
considera que este movimiento sanador dejó dos herencias que fueron arrastradas
a lo largo del siglo XX con efectos demoledores:
a) Una forma despiadada de juzgar que dejaba la visión del
pecado calvinista a la altura del betún, quién no era positivo había que excluirlo de la manada. Hasta fue recogido por el comunismo que purgó toda disidencia con el ostracismo siberiano
b) Un examen constante del yo
interior provocador de las ideas negativas, alter ego del demonio pero con nuestro
nombre y apellido. Ya saben de donde brotó el boom de la autoayuda y del coaching de todo a cien.
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ÁLVARO SÁNCHEZ |
La crisis económica mundial y la crisis de valores
asociada a la aparición de unas tecnologías disruptivas ha sumido a la sociedad
en una neoneurastenia peligrosísima. España está de lleno dentro de la espiral. El 50%
de los jóvenes en edad productiva están dormitando en los sofás y con una
bacteria que martillea su cerebro asegurándoles que no existe un futuro para
ellos. La clase productiva ha perdido estatus económico y cree que nunca lo
recuperará. Los ancianos andan atemorizados por el peligro de que no haya
dinero para sus pensiones o que no puedan disfrutar de una sanidad gratuita en
tiempo de desguace.
Miren el fin de semana y encontrarán a los nuevos
sanadores. La bandera nacionalista (de uno y otro bando) y la beatificación del
Álvaro del Portillo (100.000 asistentes que dan por fijo que curó a un muchacho
en agosto de 2003 con un paro cardíaco de más de media hora y una hemorragia
masiva).
Los integrantes de los grandes ejércitos de salvación han empezado
este lunes llenos de confianza y usted y yo, pobres desgraciados, combatiendo
con tirachinas el desánimo galopante. Yo de momento he empezado por tomarme
una píldora contra las tomaduras de pelo.
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