¡Y un huevo! Carguen a sus espaldas la mochila de
un adolescente medio y lo comprueban. Desde la enciclopedia Álvarez hasta la
sucesión de tochos actuales nos habían convencido de que todo el saber al que podía
acceder un futuro ciudadano estaba entre los lomos forrados con esmero. Las
familias, entre la devoción por la promoción social vía cultura y el terror por los ceros de las facturas,
compraban los libros cada setiembre esperado el milagro de la transustanciación
de las páginas en materia gris.
El nuevo milenio y sus moderneces cibernéticas por
una parte y la crisis económica galopante por el otro están poniendo los libros
de texto a los pies de los caballos. El saber está en la nube (qué curiosa
expresión) y los dispendios de antaño son inasumibles. Muchos centros han
optado por la sociabilización de los libros por una módica cantidad en
adaptación camaleónica a los nuevos negocios (uso en lugar de propiedad).
Aunque los libros de texto están en la UVI reciben sueros milagrosos de los sectores que ganaron a espuertas en
tiempos de bonanza. Aunque a las editoriales no les salen los números y no
apuestan decididamente por la interactividad y los productos exclusivamente
digitales (no me refiero a esos refritos que no se alejan demasiado de un pdf
del libro de texto con animaciones) siguen haciendo ofertas mixtas para marear la perdiz. Los profes desconfían del poder de las nuevas tecnologías
y de los contenidos que no están envueltos en plástico porque parecen que les
mueven el pedestal. Los poderes públicos no acaban de apostar con decisión por
dotar de maquinaria potente y conexiones veloces a todo el mundo educativo y prefieren quemar las naves en reformas absurdas que acaparan los pocos caudales públicos que quedan. Y la casa sin barrer.
Las transformaciones en el mundo laboral van
como un cañón y las empresas que chutan exigen de los jóvenes unas habilidades
que van más allá de los conocimientos que caben un cualquier libro de texto
tradicional. Y los niños suspenden como cosacos, se aburren y se vuelven
amorfos, no importa, mientras el populacho en formación se fije en el goteo
del grifo del lavabo no reparará en todas las grietas que amenazan el desplome
del estado del bienestar.
Me gusta la idea de Marc Vidal (gurú de
transformaciones digitales que tengo en mi flujo de conocimiento) que habla de
sustituir los limitados libros de textos por apps de móvil. Los profes
deberíamos ir modificando nuestra estampa de guardianes del conocimiento por
una nueva función (con perfil de grafittero para resultar atractivos) más próxima a los asesores de
formación. De reproductores de discos rayados a cazadores de contenidos (apps)
atractivos adaptados a cada alumno. Afirma Vidal que actualmente no se está
educando en tiempo real. En esa
expresión se condensan todos los males que azotan las aulas. Qué pensaríamos si
nos llevasen al aeropuerto en carromato o iluminásemos las casas con candiles o
llamáramos a nuestros conocidos con tamtam.
Lo que sucede dentro de las instituciones
educativas es desconocido por el global de la población (padres et alii) que
siguen anclados en la escuela a la que asistieron (hora del pasado) y no la que
reclaman los nuevos tiempos reales. No es una cosa exclusivamente de dinero. El
cambio de mentalidad no tiene precio y el saber no ocupa lugar, casi todo el
que necesito lo tengo en mi móvil (por cierto, prohibido su uso en mi
instituto).
Si, en cuanto a información, casi todo lo llevamos en el móvil. Pero imaginas cuanto se perderían tus alumnos si no te tuvieran a ti como maestro, no con otra función, así como maestro.
ResponEliminaJordi, se perderían lo mejor de la enseñanza!!! Enseñas mucho y me temo que bien, también. Mejor no privarlos de ese privilegio.
Lo de los libros casi da igual, total, todos tiene móvil.
Un besote grande.
Siento defraudarte. A mis alumos (en general) les resbalan mis enseñanzas. Lo que sea descabalgarles de sus seguridades y de su indolencia lo ponen al borde del planto.
ResponEliminaEn fin, que llevo una doble vida.
Besotes y celebro que reinicies tus comentarios.