Si usted decide hacer una paella y no le
sale gustosa seguramente apostará por añadir algún ingrediente que aporte lo
que no ha conseguido hasta la fecha. Parece que los economistas no entiendan un
pijo de gastronomía y los interesados gobernantes (títeres de los que tienen la
sartén por el mango), menos. El mejor arroz para ellos es la puñetera
productividad, una palabra que lo mismo sirve para un roto que para un
descosido. No somos productivos. Y se quedan tan anchos, durante la época de alegría económica nadie se fijó en el sustantivo de marras, ahora es un estigma que nos impide salir del más profundo de los pozos. Los alemanes sí que son productivos. Ahora que tienen crecimiento 0 se produce el silencio en los tendidos. Obviamente la mejor forma de conseguir la ansiada productividad es despedir a
todo quisqui y bajar los salarios. Qué hay más productivo que un currito que
labora de sol a sol por un misérrimo sueldo. Después de cinco años haciendo el gran sofrito
se dan cuenta que el austericidio provoca la caída del consumo y hay serio peligro de la deflación (que se pegue el arroz). ¡Cáspita! ¿Cómo pudo suceder? Y uno se mea
de risa, pero poco, porque los destrozos de los cocineros en el poder están dejando sin comer paella a un huevo de gente. Y para arreglar el desaguisado se dedican a tirar a la paella ingentes
cantidades de pescado podrido (declaraciones de ministros y adláteres) que pegan un tufo a
negocio privado que tira para atrás. Moraleja, la economía se recupera solo
para ellos y el futuro anda todavía instalado en el negro rematado.
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Iwase Yoshiyuki |
Yo, cual Ferrán Adrià de la economía (toma
autobombo) quisiera incorporar un nuevo ingrediente que no figura en la mayoría
de las quinielas para mejorar el tema de la pasta. Se lo he comprado a Juan
Carlos Cubeiro (Clase creativa. Planeta Empresa, 2008). El azafrán que da gustillo
a las mejores economías del planeta es LA CREATIVIDAD. ¿Abucheos? No hablo del
concepto en abstracto, hablo de una variable económica que como es de difícil
cultivo (requiere cambios culturales profundos) ninguno de los
oportunistas macrovisionarios se atreve a incorporar a la receta de la paella.
Cubeiro siguiendo las investigaciones de Richard Florida (padre del concepto
clase creativa) explica que las empresas TIC en Europa ocupaban en 2008 tan
solo al 6% de la población, contra el 35% de clase creativa que significaba el
50% de los salarios.
Según Richard Florida la clase creativa tiene dos
componentes: el “nucleo supercreativo”
(científicos, ingenieros, profesores universitarios, poetas y novelistas,
artistas, cómicos, actores, arquitectos, ensayistas, editores, investigadores,
analistas, líderes de opinión) y los “profesionales
creativos” (tecnólogos, bancarios, juristas, abogados, médicos, enfermeras,
empresarios. “Son quienes han de pensar
por sí mismos para ganarse la vida”.
Constato con pesadumbre que una parte del capital
creativo español se ha pirado con viento fresco a lugares más propicios. Aquel
sector que podía ejercer de locomotora de la economía ha desertado por falta de
condiciones idóneas. En España, hemos sustituido la creatividad por el
emprendimiento. ¿Emprender qué? Ah, no sé, pero emprender.
En 2003, un centenar de creativos se reunieron en
Tennessee para acordar las bases de un entorno creativo. Tomen nota y si
encuentran rastro de alguno de los puntos de su hoja de ruta en su entorno denúncienlo
a la policía cuanto antes. Cultivar e incentivar la creatividad, invertir en el ecosistema
creativo, abrazar la diversidad (el nivel de tolerancia a la homosexualidad y
el papel de las mujeres en las sociedad son medidores válidos), “nutrir” a los
creativos, valorar la asunción de riesgos, ser auténtico (vinculado a la
inteligencia espiritual, ¿verdad, Pujol?), invertir en calidad del lugar,
combatir los obstáculos de la creatividad, asumir responsabilidad (palabra
tabú) para el cambio, asegurar que cada persona, ESPECIALMENTE los niños,
tienen derecho a ser creativos (se acabó pintar dentro de la línea).
Además de generar puestos de trabajo, la clase
creativa puede conseguir que el número de ansiolíticos que consume la población
se reduzca drásticamente. Como decía David Bohm, padre de la teoría del orden
implicado: “Si te quedas atascado en un
orden repetitivo y mecánico, acabas degenerándote.”
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