¿Qué quieres ser de mayor? Bombero, futbolista,
político (esto ha sido un virus que se ha instalado últimamente en algunos
niños repelentes), médico (como mi padre, siempre hay un niño que quiere seguir
la saga de matasanos), guitarrista de rock o modelo, poeta (a estos se les
reprende con sarna y se les obliga a reciclarse en conductores de autobús por
su peligro evidente), pescador (si no quedan peces), carpintero (el Ikea se ha encargado
de exterminarlos), concursante (en cualquier versión grotesca y grosera de
Telecinco), informático, profe (desestimado por su riesgo de contraer una tardoadolescencia
más virulenta), vendedor ambulante, vendedor de seguros, vendedor de almas… En
fin, una larga ristra de profesiones con las que conseguir el sustento. Seguro
segurísimo que a ningún adolescente que anda por estos tiempos sumergido en la
elección de futuro se ha atrevido a musitar por lo bajini que quiere
currar de MAGNÁNIMO. La primera causa se puede atribuir al desconocimiento del
significado de la palabrota y la segunda porque una vez averiguado el cometido
le resulte tan aberrante que salga corriendo hasta las antípodas para que no se
vuelva a hablar del tema.
Aristóteles en su obra Moral de Nicómaco, libro
cuarto, capítulo III define las condiciones del trabajo despreciado en la
actualidad:
El magnánimo parece ser el hombre que se siente digno de las cosas más grandes.
El magnánimo parece ser el hombre que se siente digno de las cosas más grandes.
Magnánimo es lo contrario de ir tirando, de
conformarse con poco, de esperar un golpe de suerte. Magnánimo es proponerse
una meta bien alta y no cejar en el empeño de conseguir coronarla. Magnánimo es
el antónimo de la indolencia que nos corroe.
Me cruzo con gente que aspira a legislar sobre la ley del mínimo
esfuerzo, a transitar por caminos de rosas sin tener que regarlas, hay una
confianza ilimitada en la suerte o en el engaño, pero casi nunca en la
heroicidad del empeño, la virtud y la constancia. Mis alumnos me piden que se
lo ponga fácil, que explique rápido, que no me enrolle, que no les haga comerse
la olla, con esos ingredientes es muy poco probable engrandecer el alma hasta
convertirla en magna.
El
magnánimo está en un extremo con relación a su grandeza misma; pero ocupa el
justo medio, porque es como debe de ser; se estima en su justo valor, mientras
que los demás, por lo contrario, pecan por exceso o por defecto.
La profesión en desuso no es la de bocazas o la de humilde sin ambición, el puesto de trabajo vacante es el de aquel que cree en sus posibilidades (porque las ha cultivado) y ajusta sus objetivos a la máxima altura que puede alcanzar.
No manifestará en los triunfos una alegría
excesiva; ni en los reveses un exceso de abatimiento.
No se puede
optar a Magnánimo si eres un veleta que se mueve a merced de los vientos, o un
sincriterio que se suma a la última expresión que oye, o si se deja manipular
las emociones sociales o por la provocación ostentosa de las propias para
incitar a la pena o a la lástima. No se aceptan a los blandengues y a los
flojeras, a los que se piensan tanto las cosas que cuando empiezan a ascender
en pos de la meta, ésta se ha desteñido de tanto esperar.
No me hagan
demasiado caso, ahora empieza el Mundial y los gladiadores de la pelotita nos
embobaran lo suficiente para seguir habitando en los bajos fondos de una
cotidiana pero confortable existencia. Y si el paro baja en este tiempo de
amnesia colectiva no será gracias al aumento de Magnánimos.
Ya sé que soy cómoda en este aspecto, pero suelo culpar de muchas cosas al sistema. Igual a NO ser Magnánimos, también nos han enseñado.
ResponEliminaUn besote, me cuesta pasar, pero te sigo.
Valoro tu esfuerzo y lo agradezco.
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