dilluns, 22 de setembre del 2014

MI CREDO




Cada uno encomienda sus devociones a quien le viene en gana. A mí, el crucificado con corona de espinas no me pone, en cambio, ese saco de huesos con vaso de whiski en la mano es capaz de elevarme al paroxismo religioso más integrista. Gocé (éxtasis místico) con la homilía del Maestro en Cuatro. Propongo a los magnates (mangantes) televisivos un Pueblo de Dios semanal del cantante de Úbeda. Con sus piernas cruzadas y la voz cazallosa de tanto vicio acumulado, encaramado al púlpito de un chester que le puso el incisivo (ayer monaguillo hipnotizado de admiración) Risto Mejide. Mis ojos en el espejo matinal todavía conservan  los estigmas de la emoción.
El primer aldabonazo auguraba aleluyas gloriosos, afirmó que había accedido a la entrevista porque era un programa en el que se podía hablar sin que a media conversación apareciese el incordiante slogan de “ahora nos vamos a la publicidad”. Y se lo espetó a un publicista. Sabina sabe perfectamente quién maneja la barca de la tele pero exige respeto de cristal para la palabra, ¿se imaginan un anuncio de tampax en medio de una perorata del aburrido Bergoglio? Pues él pudo hablar sin miedo a que el poder de la coca-cola lo interrumpiese. 


Y habló de todo. Y saben por qué, porque le da la gana, porque las 400 canciones que ha compuesto le dan autoridad y libertad para tener una visión del mundo y una voz propia. Ha viajado, ha leído, ha sentido y sabe destilar el máximo común divisor de la esencia humana en cada risa desbocada, en cada elevación de voz litúrgica. Confesó sin rubor que se chupa la telebasura y que en el estercolero investiga las bajezas de sus contemporáneos de las que él también participa. No se le ocurre hace discursos políticamente correctos, ni siquiera con sus adicciones más famosas, no es ejemplo de nada, no tiene más verdades que las que cuentan sus canciones que son tan incoherentes como quien las fabrica. Harto de fariseos necesito un canalla a mano. “Los antitaurinos tienen razón, pero yo voy a los toros”. Y miles de Torquemadas lo esperaban en la puerta de la plaza en Barcelona para utilizarlo de líquido inflamable, igual que cuando cantó en Israel con el que no le toca nada y es su hermano o cedió una canción a Ciutadans. Le suda la chorra, provoca para sacar bilis ajena, para exprimir las hipocresías de esta sociedad con poses pequeñoburguesas cuando hace cuatro días cagaba en el corral. No sometan a psicoanálisis sus excesos si no quieren que en el esfuerzo les salte algún testículo, yo solo me conformo con rastrear versículos sagrados en sus canciones y en sus declaraciones, nadie está obligado a la devoción que yo siento por él, y después de treinta años de seguir sus inconveniencias (algunas me provocaron revoluciones), yo lo veo en plena forma, volviendo de todo y reafirmándose en la búsqueda del absurdo, bandeándose sin equilibrio entre la pasión y la muerte. Porque a los 65 años no se folla, lo dijo el Maestro, aunque se tienen ganas, pero cumplir lo que se dice cumplir no se cumple, y lo dice con la boca estrecha debajo de los ojos que delinquen. Y el sacerdote más falaz se tuvo que plegar al amor que arrasa de “su peruana” y reconocer que le debe la vida tanto como las canciones que ya forman parte de la eternidad. Porque como se encargó de recordar medio de soslayo se muere el Gabo pero nos queda Gabriel García Márquez. Y tal como me recordó mi señora en la oscuridad de una noche que todavía temblaba con las palabras del Maestro, un día (el Diablo no lo quiera) nos enteraremos que ha entregado el equipo Joaquín Martínez, pero siempre nos quedará Sabina. 
Joder, mira que se nos hará difícil la vida  sin que nadie multiplique los panes y los peces de ciudad.

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